Venezuela: la salida es por izquierda

Foto: Sandra Iturriza

La pregunta sobre lo que ocurrirá este 2025 en Venezuela, lo mismo que las interrogantes sobre lo que acontenció tras el 28 de julio pasado o lo que sucederá tan temprano como el próximo 10 de enero, dan cuenta de una enorme incertidumbre colectiva. La ausencia de certezas, y con ella la intranquilidad de ánimo y la dificultad para construir perspectivas de futuro, se han instalado como signo de los tiempos.

Habrá quien sostenga que no se trata de nada nuevo, que la incertidumbre no solo llegó para quedarse hará cosa de una década, sino que además la sociedad venezolana aprendió, no sin dificultad, a lidiar con ella, asimilándola como parte de su cotidianidad. A nuestro juicio, se trata de una verdad a medias. A la hora de intentar comprender cómo hemos llegado a la actual situación, ejercicio de la mayor importancia y que debe ser acometido sin ceder a ligerezas de ninguna naturaleza, es preciso tomar en cuenta lo que significó la contienda electoral del 28 de julio.

Esto exige algunas precisiones históricas de entrada. Quizá la más importante de todas es que a diferencia de otras experiencias revolucionarias, y tal es un aspecto crucial para pensar la política venezolana en lo que va de siglo xxi, con el movimiento bolivariano en el poder se hizo norma y principio dirimir el conflicto político por la vía electoral. Esta sola circunstancia fue decisiva en el curso de los acontecimientos y determinó en buena medida el ritmo de la Revolución bolivariana: sus avances y retrocesos, la adopción de estrategias defensivas u ofensivas, etc. Puede que el más grande acierto del liderazgo bolivariano fuera haber hecho suyo el planteamiento de Alfredo Maneiro según el cual el movimiento debía distinguirse tanto por su eficacia política como por su calidad revolucionaria.i Es más, y tal y como lo planteara expresamente Maneiro, en ausencia de calidad revolucionaria la discusión sobre la eficacia política tenía poco o ningún sentido teórico y práctico: conquistar y preservar el poder político – como recordaremos, parte consustancial del primer objetivo histórico del Plan de la Patriaii – resultaba indispensable si y solo si se concebía el ejercicio del poder político subordinado a los intereses de las mayorías populares, esto es, a la realización del programa revolucionario en su conjunto.

Dicho de otra forma, dirimir el conflicto político por la vía electoral suponía, por supuesto, la existencia de un árbitro electoral capaz de garantizar la transparencia del proceso, pero también mucho más que esto: en primer lugar, suponía la existencia de un sujeto popular como parte protagonista del conflicto; en segundo lugar, la existencia de un programa de cambios radicalmente democráticos, defendido por un sujeto popular igualmente comprometido con su realización; y en tercer lugar, la existencia de un liderazgo político y de un Gobierno comprometidos con la defensa y la concreción de dicho programa, y por tanto comprometido con los intereses de las mayorías. Lo anterior llegó a configurar lo que podría denominarse el círculo virtuoso de la política bolivariana. No había que ganar elecciones para que fuera posible la Revolución bolivariana: esta era posible porque el movimiento bolivariano había logrado una decisiva victoria en el campo de lo político estratégico, replanteándose nada menos que la forma de concebir y ejercer la política, y era esta conquista primordial lo que le permitía ganar elecciones.

Cuando la sociedad venezolana acude a las urnas electorales el 28 de julio pasado, lo hace ciertamente con la esperanza de encontrar una salida política por la vía democrática, pero en condiciones sumamente desventajosas. Se ha dicho que organizar unos comicios para elegir presidente en el contexto de un brutal asedio económico imperialista equivale a consultar la voluntad de una sociedad mientras se le apunta con un arma de fuego en la sien. Más que unas elecciones para decidir los destinos de un país, la situación describiría una situación de rehenes: la sociedad solo puede ser libre si elige a voluntad de quien sostiene el arma de fuego. Pese a todo, el Gobierno no cedió a la amenaza y decidió en cambio consultar la voluntad general. No obstante, y en razón de circunstancias históricas que resultan todavía inasimilables, la sociedad venezolana ha debido lidiar con el hecho de que la única opción viable de cambio estaba representada por las fuerzas políticas más retrógradas de todo el espectro político venezolano.

Si algo ha quedado claro tras el 28 de julio es que la ultraderecha venezolana no cuenta con la fuerza popular que le hubiera permitido hacer valer una victoria electoral que reclama como suya. En este punto vale la pena recordar que se trata de la misma ultraderecha que, en ocasión de la derrota electoral opositora en las presidenciales de abril de 2013, fustigó al liderazgo antichavista perdedor por no reclamar una victoria inexistente; la misma ultraderecha que al año siguiente fraguaría “La Salida”, entre febrero y junio de 2014, y que arrojaría un saldo de cuarenta y tres víctimas mortales y más de ochocientos heridos.

Si traemos a colación “La Salida” no es por ningún afán distractor. Antes al contrario, conviene no olvidar el contexto es que esto ocurrió: habían transcurrido poco más de trece meses desde las últimas elecciones regionales, menos de diez meses desde las últimas elecciones presidenciales y poco más de dos meses desde las últimas elecciones municipales, todos comicios en los que resultó derrotado el antichavismo. Peor aún, dicha oleada de violencia iniciará menos de dos meses después de la reunión del presidente Nicolás Maduro con gobernadores y alcaldes de oposición en Miraflores, el 18 de diciembre de 2013, en la que se perseguía un mínimo de acuerdos democráticos. En resumen, un contexto que hacía absolutamente injustificable la adopción de una estrategia confrontacional y violenta, no solo contra el Gobierno venezolano, sino fundamentalmente a espaldas de la voluntad de las mayorías. A menos, por supuesto, que el fin último de dicha estrategia consistiera en hacerse del liderazgo opositor por la vía de la fuerza.

Esa misma ultraderecha venezolana, responsable antes y después de más de una aventura sangrienta, cómplice entusiasta del asedio foráneo contra la nación, revanchista, antidemocrática convencida, locuaz y pugnaz, procedió a derretirse como hielo en el desierto tras el 28 de julio. Entre otras cosas, sostenemos, porque no dispone de la inteligencia estratégica que le hubiera permitido discernir oportunamente que una cosa es la voluntad de cambio de las mayorías expresada electoralmente y otra muy distinta es gozar del favor mayoritario popular. Planteado con mayor claridad: no existe una relación de identidad entre la ultraderecha venezolana y las clases populares. Es algo que afirmamos con satisfacción, pero al mismo tiempo con mucha preocupación: por una parte, porque no parece que la clase política venezolana haya sido capaz de interpretar correctamente esta señal de vitalidad política, a pesar de todos los traumas que ha debido padecer el pueblo venezolano durante la última década; por otra parte, porque no debe descartarse que, aun a pesar de su mediocridad política, la ultraderecha pueda hacerse del apoyo de amplios contingentes de unas clases populares que se sienten en un callejón sin salida.

Es sabido que importantes fracciones de la burguesía venezolana se inclinaron en su momento por alcanzar algún nivel mínimo de acuerdo con el Gobierno nacional para cerrarle el paso a la ultraderecha, como quedó en evidencia en ocasión del Pacto del Eurobuilding, en octubre de 2023.iii Declaraciones de los titulares de Fedecámarasiv y la Bolsa de Valores de Caracasv luego del 28 de julio pasado apuntarían en la misma dirección. De hecho, hay razones para pensar que el escenario de una transición por vía electoral fue seriamente considerado por las partes.

¿Debemos concluir que, contra todos los pronósticos que se hacían en círculos políticos, la candidatura de la ultraderecha solo logró llegar al día de las elecciones presidenciales en razón de que no fue posible alcanzar un acuerdo favorable a la transición? No lo sabemos. Pero la sola posibilidad de que algo similar pudiera haber ocurrido, y como se comprenderá, ubica en un segundo plano el hecho lamentable de que el árbitro electoral que no fuera capaz, como es su obligación, de despejar cualquier manto de duda sobre los resultados. Esto último no deja de ser importante. De hecho, constituye una grave precedente, sobre todo en un país en el que, como hemos planteado de entrada, supo descubrir la fórmula política que le permitiera dirimir el conflicto por la vía democrática y electoral.

Lo que resulta más peligroso es precisamente que, por la razón que sea, hayamos desaprendido aquella fórmula. Podrá esgrimirse cualquier circunstancia atenuante, pero nada hará que desaparezca el peligro. Ella era fuente de certeza, confianza, perspectiva de futuro y, por tanto, de dignidad nacional, que es lo que distingue a una sociedad capaz de resolver sus asuntos políticos por vía democrática. El olvido deliberado de aquella fórmula, de aquellos principios, de aquel círculo virtuoso de la política, puede conducirnos a territorios aún más peligrosos: al desapego respecto de los más genuinos valores democráticos por considerarlos más bien próximos al liberalismo, a la justificación de cualquier medida porque no se puede permitir que gobierne la ultraderecha o que triunfe el imperialismo, a creer ingenuamente que la ultraderecha puede gobernar democráticamente, a recurrir a la manida fórmula de la intervención extranjera por cuanto todo se justifica para derrocar a la dictadura.

Cualquier salida por vías no democráticas será pérdida para la sociedad venezolana, aun cuando puedan contarse algunos pocos ganadores circunstanciales. Por nuestra parte, estamos convencidos de que no hay salida democrática si no es por izquierda. Pero no por izquierda en abstracto, sino por esa izquierda convencida, con Chávez, de que “el socialismo es democracia y la democracia es socialismo en lo político, en lo social, en lo económico”,vi y comprometida con llevar aquella máxima a la práctica; una izquierda nacional, popular y genuinamente antiimperialista, consecuente con aquella que leyó con extrema lucidez a Maneiro, para el cual resultaba un completo despropósito anteponer la eficacia política a la calidad revolucionaria; esa izquierda que supo hacer de la política un ejercicio virtuoso: dirimiendo el conflicto por la vía democrática y electoral, con el pueblo como protagonista, con un programa de cambios radicalmente democráticos, y con un Gobierno y una dirigencia política comprometidos con la defensa de los intereses de las clases populares.

Caracas, 2 de enero de 2025

Notas

iPara Alfredo Maneiro, eficacia política y calidad revolucionaria “no están indefectiblemente ligadas y el intento de dar una por supuesta, existiendo la otra, conduce o a gestos de valor puramente ético, o a un pragmatismo permanente, a un oportunismo sin principios”. “Por eficacia política entendemos la capacidad de cualquier organización política para convertirse en una alternativa real de gobierno y para, eventualmente, llegar a dirigir este”. “Por calidad revolucionaria entendemos la capacidad probable de sus miembros para participar en un esfuerzo dirigido a la transformación de la sociedad, a la creación de un nuevo sistema de relaciones humanas. Como quiera que tenemos el íntimo convencimiento de que un esfuerzo de tal naturaleza solo se puede realizar desde el gobierno, solo puede ser un propósito estatal, parecería entonces que una petición de calidad revolucionaria no puede realizarse antes sino después de resolverse, en beneficio de una organización cualquiera, el problema político. En efecto, parece no solo inoportuno sino ingenuo (e incluso demagógico) formular tal exigencia, cuando nadie puede garantizar la calidad suya ni la ajena, antes de que esta sea puesta a prueba. Esto es verdad. Pero si bien es cierto que no se puede afirmar a priori la calidad de una organización política cualquiera, sí se puede negar a priori la calidad de algunas de ellas. Es decir, ciertas estructuras partidistas desarrollan un espíritu de secta tan marcado, sustituyen de tal manera la disciplina por la obediencia, vician a sus afiliados con un juego tan complicado de jerarquías, gradaciones, amiguismos, arbitrariedades, etc., y, sobre todo, crean tales dificultades a la confrontación libre de opiniones, que la lucha interna solo puede expresarse a través de zancadillas, corrillos, pactos ominosos y manejos oscuros. Estructuras así terminan por producir un militante condicionado, de mediocres aspiraciones y cuya audacia, valor y espíritu crítico se resuelve, a menudo, en una racionalización forzada de las verdades, valores e intereses del partido. En realidad, abundan modelos organizativos que, no importa sus reclamos ideológicos, devienen modelos en escala reducida del mismo ‘sistema’ a cuya destrucción dicen aspirar”. Véase: Alfredo Maneiro. Notas sobre organización y política, en: Notas políticas. Fundación Editorial El perro y la rana. Caracas, Venezuela, 2017. Págs. 38-40.

iiPrimer objetivo histórico del Plan de la Patria 2013-2019: “Defender, expandir y consolidar el bien más preciado que hemos reconquistado después de 200 años: la independencia nacional”. Primer objetivo nacional: “Garantizar la continuidad y consolidación de la Revolución Bolivariana en el poder”. Ver: Hugo Chávez Frías. Propuesta del Candidato de la Patria Hugo Chávez Frías para la Gestión Bolivariana Socialista 2013-2019. Caracas, Venezuela, 11 de junio de 2012. Pág. 6.

iiiReinaldo Iturriza López. El problema de la representación de las mayorías. Saber y poder, 20 de noviembre de 2023.

ivFedecámaras pide comprobar la transparencia de las elecciones presidenciales. Tal Cual, 6 de agosto de 2024.

vPresidente de la Bolsa de Valores de Caracas: Oposición no ofrece estabilidad ni eliminación de sanciones. El Universal, 26 de agosto de 2024.

viHugo Chávez Frías. Golpe de Timón. Correo del Orinoco. Caracas, Venezuela, 2012. Pág. 10.

4 Respuestas a “Venezuela: la salida es por izquierda”

  1. Excelente análisis. Su calidad revolucionaria la aprecio en la capacidad crítica de lo que nos ocurre a lo interno, en la amplia variedad de aspectos que aborda con profundidad, en la mesura y equilibrio. En mi caso particular afianza mi análisis sobre el árbitro electoral y en la desfachatez de una ultraderecha ahora reducida a nada, entonces más peligrosa en su agonía.

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