
Cuando Alfredo Maneiro se sumerge en el estudio de la significación histórica de la obra de Nicolás Maquiavelo,i está procediendo a su vez a una “elucidación del ejercicio actual de la filosofía”. A su juicio, “el problema más importante de la filosofía y, al mismo tiempo, el más común entre los filósofos, es el de su aplicación”. La de su tiempo, y esto es algo que ocurre en particular con el “marxismo académico”, es una filosofía “avergonzada que pretende esconder su banalidad autocalificándose de científica y que canta su propio réquiem no por realizada, sino por inconsecuente”.
En contraste con esta filosofía “demasiado exegética, dogmática y poco dedicada como para intentar ser… una lechuza sabia y vespertina”, el de Maneiro es un alegato en favor de la filosofía de la praxis o, para decirlo de una vez, del tipo de filosofía que distinguirá a Maquiavelo.
“Maquiavelo es, por excelencia, el filósofo del Renacimiento y el renacentista de la filosofía”, afirma. En adelante, procede con una explicación de contexto histórico que destaca por su concisión: la Florencia de Maquiavelo resultará “una suerte de reino de la especulación constructiva de la filosofía política”. En ella: “La actividad política, consciente de sí, buscó en su reflexión, y como parte de ella, su vinculación con la realidad práctica. La filosofía de la praxis parecía proclamar: ‘A partir de mí, solo falta encontrar el artífice’”. Agrega: “Nunca como en Florencia, en el Renacimiento, la comunidad se le había presentado a la filosofía política como una materia tan maleable. La especulación política no se sentía… seducida por la necesidad de permanencia”. Antes bien, “los cambios bruscos aparecían no solo como posibles, sino como naturales”.
Es en tal contexto que Maquiavelo despliega su genio. Maneiro nos recuerda que, antes que filósofo de la praxis, Maquiavelo ha sido “político, secretario del Consejo y embajador, hacedor y deshacedor de entuertos”. Es al salir de “la escena de los hechos” que entra en el terreno de la teoría, y en este “paso del Maquiavelo práctico al teórico político” es posible “descubrir, ilustrar y… ejemplificar el contenido, la significación y el sentido actual de la filosofía de la praxis”.
Apunta Maneiro que “es necesario intentar la comprensión de la filosofía de la praxis, no desde el objeto, sino al contrario, a partir de la intención, propósito o programa”. En tal sentido, “no hay razón para que el habitual reproche de que la ‘filosofía no tiene aplicación’, sea asumido por la filosofía de la praxis”, en particular “si ella programáticamente, como es en la mayoría y los más serios de los casos, sincera su mediación ‘tecnológica’: la política” o, dicho de otra forma, si se asume que el “programa general” de la filosofía de la praxis es “convertirse cada vez más en una ‘fuerza productiva directa’”.
En el caso específico de Maquiavelo, lo programático está directamente asociado con lo que Maneiro define como “una firme pasión nacional moderna”, a la que considera “su rasgo biográfico más importante y notable” y que “funciona no solo como hilo conductor a través de las múltiples peripecias de su vida, sino, además, es la clave que le da sentido a la obra”. Continúa Maneiro: “Desde esa pasión y dirigido por ella, así como desde su entrenamiento de clase y su talento, Maquiavelo asistió… a la tiranía de los Medicis, al gobierno democrático, a ocupaciones, guerras y conjuras; a la democracia activa, demagógica y profundamente medieval y reaccionaria de Savonarola, a la aventura de los desterrados, etc. Así, empleado y cesanteado, respetado y perseguido, considerado y torturado, ignorado y solicitado, Maquiavelo vivió en su época y como su época”.
Puede que los pasajes más lúcidos de la obra de Maneiro sean aquellos en que se detiene a analizar la cuestión del método: “Maquiavelo utiliza un método y lo explicita”. Más adelante complementa: “Tiene, por lo demás, completa conciencia de la importancia del método y al explicitarlo no solo lo hace suficientemente, sino que –y esto es una constante en los filósofos de la praxis– lo convierte en un argumento: esto es, señala sus ventajas, teniendo estas la peculiaridad de ser irrelevantes y nada atractivas para la especulación, pero muy fuertes y de peso para un criterio de acción”.
Maquiavelo no actúa como “moralista” ni hace “literatura panfletaria”. Es decir, “sus explicaciones no resultan mutiladas por la intención de convencer, aun cuando tal intención no solo es evidente, sino que constituye, además, el fin último y declarado de su obra: escribe para la comprensión y también para la acción”.
Dicho esto, a contracorriente de la opinión general, Maneiro apunta que aquello que define a Maquiavelo no es el hecho de que escinda a la política de la moral, sino a la política de la utopía, entendida esta como “contestación especulativa” frente al estado de cosas. Al respecto, vale recordar que la del florentino era “una época en la cual la poderosa y brillante tradición especulativa forzaba a la teoría social de avanzada a resolver en utopías”. Considerada históricamente, continúa Maneiro, la utopía “es a la filosofía de la praxis y la ciencia política, lo que la alquimia a la química. La verdadera relación de Maquiavelo con la teoría política no es, como dicen prácticamente todos los que han considerado el tema, separarla de la moral sino, en realidad, separarla de la utopía y fue por eso y solo por eso que la convirtió en ciencia”.
Para finalizar, un breve comentario sobre Maquiavelo y su pretendido “cinismo” en política, valoración estrechamente asociada a una frase que se le atribuye con frecuencia: “el fin justifica los medios”. Al respecto, escribe Maneiro: “Confieso que no he encontrado la tan manida y maquiavélica frase en la obra de Maquiavelo. Lo que sí he encontrado es algo formalmente parecido pero sustancialmente opuesto. Se trata de lo siguiente: ‘Ningún hombre sabio censurará el empleo de algún procedimiento extraordinario para fundar un reino u organizar una república; pero conviene al fundador que cuando el hecho lo acuse, el resultado lo excuse’”. Maneiro se detiene en el “pero”: “Tal y donde está colocado, pareciera que abre una frase del tipo: pero no cualquier procedimiento, o, pero no en toda circunstancia o, en fin, algo por el estilo. En todo caso el ‘pero’ supone una precisión esencial. Y lo que sigue indica que no se trata del ‘fin’ como justificativo de los medios… sino del resultado”.
Lejos de anecdótica, este “precisión esencial” adquiere aún más importancia viniendo de un autor que, como Maneiro, en otra parteii definió los conceptos de “eficacia política” y “calidad revolucionaria”. Al hablar de la primera, se refería a “la capacidad de cualquier organización política para convertirse en una alternativa real de gobierno”, para lo cual debe “ofrecer una solución posible, coherente y de conjunto a los problemas del encallejonado y permanente subdesarrollo venezolano”. En cuanto a la segunda, la definía como “la capacidad probable de sus miembros para participar en un esfuerzo dirigido a la transformación de la sociedad, a la creación de un nuevo sistema de relaciones humanas”. En otras palabras, una organización política bien puede ser eficaz políticamente y no solo “convertirse en alternativa real de gobierno”, sino llegar al poder. Pero el poder ni es un fin en sí mismo, ni es procedente recurrir a cualquier medio para preservarlo. El poder solo tiene sentido, desde la perspectiva de Maneiro, si se ejerce con “calidad revolucionaria”.
iAlfredo Maneiro. Maquiavelo. Política y filosofía. Fundación Editorial El perro y la rana. Caracas, Venezuela. 2023.
iiAlfredo Maneiro. Escritos de filosofía y política. Fondo Editorial ALEM. Los Teques, Venezuela. 1997.
Publicado originalmente en Venezuelanalysis