Y sin embargo se mueven

Kuhle Wampe (1932), por Slatan Dudow. Fotograma.

Un contingente humano recorre las calles de la Caracas popular llevando a cuestas sacos, cajas o bolsas repletas de plástico, vidrio, papel o algún otro material susceptible de ser reciclado. A algunos pocos los he visto empujando carros de supermercado.

En estos días de volver a disfrutar esa magnífica obra que es The Wire (2002-2008), de David Simon, he reconocido al entrañable Bubbles en ciertos rostros caraqueños. Como Bubbles, nuestros trabajadores clasificadores de desechos se mimetizan con el paisaje urbano. Pero si en el caso del personaje de ficción tal circunstancia puede considerarse una ventaja (que le permite pasar desapercibido, escurrirse, etc.), en el segundo caso nos habla fundamentalmente de la forma que asume una situación social desventajosa. Naturalmente, esto último no significa que la pase bien, Bubbles. Lumpen, negro, heroinómano, con frecuencia al borde de la muerte, es casi el epítome de todo lo que puede salir mal en la sociedad estadounidense. Es un hombre que ha tocado fondo. Pero es también un hombre que ha aprendido a moverse con soltura en los bajos fondos.

En el caso de nuestros trabajadores clasificadores de desechos, por el contrario, o al menos en la gran mayoría de los casos, más que de lumpen (y aquí se emplea el término sin ninguna carga valorativa), cabe hablar de integrantes del subproletariado, esto es, de pobres que trabajan, pero cuya ocupación no les proporciona medios suficientes para asegurar la reproducción normal de su fuerza de trabajo. Un subproletariado, además, y esto es un dato de la mayor relevancia, de reciente data. Son parte de la enorme masa de trabajadores empobrecidos como consecuencia del colapso de la economía venezolana.

Son trabajadores que se mimetizan, en efecto, al punto de que constituyen una suerte de ejército invisible. A diferencia de algunos de sus pares de fracción de clase, como los barrenderos o los motorizados dedicados al delivery, con sus chalecos o uniformes de vivos colores, los clasificadores de desechos se distinguen por sus atuendos asfálticos, opacos, por su semblante azul plomizo. Tal apariencia viene dada, está claro, por el medio en el que se desenvuelven (la calle), y puede que también por las horas en que comienzan a reunirse en las cercanías de alguno de esos centros de reciclaje esparcidos por el municipio Libertador: después del ocaso o antes del amanecer. Sus ropas están descoloridas por el uso, más que ennegrecidas por los rigores propios de la vida a la intemperie.

Se trata, debo insistir en el punto, de trabajadores que se mimetizan al extremo de hacerse ejército invisible: invisibles en tanto ejército, en tanto trabajadores e incluso en tanto “víctimas”. Son existencias que, distinto de lo que pudo haber ocurrido algunos años atrás, en pleno apogeo del periodismo exploitation, no cuentan como “víctimas humanitarias” (concentradas hasta hace muy poco, según este relato, en lugares como la Selva del Darién), así como como tampoco tienen cabida en el relato sobre el “milagro económico” en curso.

Y sin embargo se mueven. Como un ejército que deja testimonio de que la democracia venezolana atraviesa por una severa crisis de autoridad. Como trabajadores, aunque no se les reconozca como tales, mucho menos sus derechos, acaso como incómodas excrecencias de una sociedad que muta hacia el “post-rentismo”.

Pero justo porque una parte de la sociedad venezolana ha elegido no verles, o porque se le ha impuesto a sangre y fuego no velar más que por sus asuntos particulares, hay que recuperar la mirada de conjunto, escarbar y hurgar hasta lograr ver más allá de lo que dictan los relatos dominantes, que hace tiempo dejaron de traducir la realidad de las clases populares.

Porque es falso que estamos frente a un país intraducible. Antes al contrario, vivimos en un país que exige traducción. Y en estos tiempos en que campean la humillación y la degradación, el esfuerzo de traducción pasa por la recuperación de la dignidad. La nuestra debe ser una mirada digna, esto es, capaz de reconocer lo que hay de digno a primera vista, pero sobre todo capaz de descubrir la dignidad en lo que se empeña en permanecer invisible a nuestros ojos.

No planteo nada nuevo, por supuesto. Sospecho que algo similar debió pasar por la cabeza de quienes concibieron una película como Kuhle Wampe (1932), dirigida por Slatan Dudow, con guión de nada menos que Bertolt Brecht, y con música de Hanns Eisler. Ambientada en la Berlín de los tempranos años 30, previo al ascenso del nazismo, la primera parte incluye memorables escenas de jóvenes desempleados recorriendo la ciudad en bicicleta, de una agencia de empleo a otra. Son un par de minutos desesperantes. No hace falta haber vivido, como en nuestro caso, una depresión económica para reconocerse en la angustia que refleja el rostro en primer plano de uno de ellos. Son trabajadores compitiendo por un empleo que no consiguen. Son trabajadores derrotados. Pero son también, y fundamentalmente, como reza la última línea de la película, trabajadores insatisfechos que pueden lograr cambiar el mundo.

En tiempos de renuncia a la razón estratégica, a la mirada de largo aliento, en favor del corto plazo, del pequeño cálculo político, me quedo con los trabajadores clasificadores de desechos y, en general, con la clase trabajadora obligada por las circunstancias a vivir al día, y a veces ni siquiera eso. Me quedo con su angustia, con su profunda insatisfacción, que es la mía propia.

Publicado originalmente en Venezuelanalysis

7 Respuestas a “Y sin embargo se mueven

  1. Esta es una verdad aterradora y silenciosa, como la exigen las nuevas «promesas emprendedoras» en Venezuela. Quizás lo digo desde la reflexión propia, motivada por mi propia situación familiar, en la que no soy propiamente uno más en el ejército reciclador de desechos, pero sí en el ejército de utilities que se promovió desde la IV República, sin importar que tengo una profesión en la que puedo desempeñarme… Una profesión en la que gano quizás mucho menos que en el oficio de reciclar.

  2. … Sé que estás cumpliendo con tu deber de revolucionario, y paradójico, con tu derecho a hacer visible esa humanidad que pretenden que no veamos ¡Gracias hermano!

  3. Muy bueno tu artículo, muy fina la narrativa, gracias por escribir y permitirnos leerlo.
    Esta es una situación que no es nueva, ni en el nuevo mundo, y mucho menos en el viejo mundo.
    Y en Venezuela ya hemos tocado ese fondo y creo yo, que lo vamos dejando abajo.
    Estamos saliendo de esa verdad tremenda, estremecedora, enloquecedora.
    Nos estamos dando cuenta, cada vez mas de nosotros, el grave daño que nos hicieron aquellos años de la IV, y vemos que de alguna manera fue necesario el vivirlos para enderezar nuestra manera de ver el mundo que tenemos en nuestra proximidad.
    Todo es recurrente, cíclico, está de nosotros de aprender para que la próxima vez no sea tan doloroso…
    ¿Reciclaje?
    Quién dijo miedo.
    ¡A moverse!

  4. Fraterno ,me tome todo este tiempo para decirte que » mas nos han dominado por la ignorancia que por la fuerza» y ustedes nuestros voceros no han cumplido con la responsabilidad de ser nuestras voces,no se prepararon y se han entregado mansamente a los asesores de la dirección dominante del pais, el dominio ha sido con muy poco esfuerzo, solo con frases( no me dejen solo, Dios proveerá, leales siempre traidores nunca, vamos bien hemos crecido etc). Desenvainen la espada del valor ya coño.

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