Radiografía sentimental del chavismo (y XXI): Presente y futuro

Angelus Novus. Paul Klee

Esta relación dialéctica entre necesidad y contingencia, entre estructura y ruptura, entre historia y acontecimiento, sienta las bases para la posibilidad de una política organizada duradera, mientras que la apuesta arbitraria y voluntarista sobre la explosión repentina de un acontecimiento puede permitirnos resistir la atmósfera de los tiempos, pero conduce generalmente a una postura de resistencia estética, en vez de a un compromiso militante que modifique pacientemente el curso de los acontecimientos.

Daniel Bensaïd

Cuesta trabajo asimilar que vivimos un tiempo en el que casi cualquier cosa puede suceder y, sin embargo, no somos lo suficientemente fuertes como para garantizar que el desenlace sea favorable para las mayorías populares.

Son tiempos de reflujo popular, de hegemonía popular y democrática que se resquebraja, de generaciones de militantes chavistas y de izquierda que son relegados en las instituciones, en el partido, en los territorios, y de los más despiadados ataques del soberano imperial estadounidense.

La revolución bolivariana significó desde sus inicios la exuberancia de posibilidades. Hoy día, lo posible no necesariamente es lo más deseable. El horizonte se ha hecho más angosto. Renegando de la insoportable mundanidad del pueblo que lucha y de la idea misma, que considera ridícula, de tomar el cielo por asalto, una legión de nuevos ricos se pelea con los camellos por lo que consideran su derecho a pasar por el ojo de la aguja. No pasarán, lo sabemos, pero eso no les impide seguir intentándolo. El poder los ha asaltado.

Se viene produciendo una lenta pero indetenible mutación en el alma popular. Mientras una parte de la población resiste activamente los ataques provenientes de varias direcciones, como si se hallara bajo fuego cruzado, y otra parte intenta sacar provecho de las circunstancias, las mayorías, confundidas, desorientadas, atraviesan por un proceso de profunda reconfiguración de sus identidades políticas. Con todo, al grueso de ellas les asiste la certeza de aquello con lo que no desean identificarse nunca más. Lo que podría denominarse experiencia-Chávez es demasiado reciente y dejó en ellas, en nosotros y nosotras, una huella imperecedera.

Lo que hoy se incuba en las catacumbas y más acá, y que todavía no alcanza a expresarse con toda su fuerza en la superficie, dialoga incesantemente con Chávez, que es un recuerdo alegre, mucho más que motivo de nostalgia; materialidad, mucho más que idea que inspira y moviliza. Más que venerarlo, a Chávez se le resguarda, se le protege, se le atesora. También se le interroga y se le reclama. Lo que habrá de resultar de aquel proceso de reconfiguración dependerá en buena medida de este diálogo, y es muy probable que termine copando la escena política en los años venideros.

Está en nosotros y nosotras escuchar atentamente y decir nuestra palabra o hacernos de oídos sordos.

Muchos de nosotros y nosotras hemos asumido la responsabilidad de rearmar el rompecabezas de la militancia popular, chavista y de izquierda. Es lo menos que podemos hacer. Si tal y como parece el desenlace en el corto plazo no dependerá de nuestros actos, al menos no principalmente, que nos sorprenda unidos, articulados.

Como en todo tiempo, nos corresponde identificarnos con el pueblo al que pertenecemos y sus problemas y sus luchas, que son los nuestros, y hacer de bisagra con las generaciones de nuevos militantes. Debemos ser capaces de transmitir un aprendizaje colectivo gigantesco, invaluable, y además no renunciar a la oportunidad de seguir aprendiendo.

No es tiempo de balances históricos, pero única y exclusivamente en el sentido de que los balances hay que hacerlos permanentemente. Que los memorialistas y los comentaristas hagan su trabajo. El nuestro es muy distinto.

El balance que nos toca hacer no puede limitarse a dar cuenta del pasado, ni siquiera a arrojar luces sobre las tareas del presente, sino sobre todo del futuro. La nuestra tendrá que ser una mirada jánica, como lo advirtiera el propio Chávez en su discurso de toma de posesión del 2 de febrero de 1999. Como la mirada del angelus novus de Klee citado por Walter Benjamin en sus Tesis sobre la Historia, con la notable diferencia de que nuestros ojos habrán de posarse no solo en la catástrofe, sino en todo lo hecho por el pueblo venezolano para romper el continuum de la historia.

Sin olvidar un instante las tareas del presente, debemos aprender a cultivar la mirada a mediano y largo plazo, evitando apostar voluntaristamente por la explosión de un acontecimiento que nos permita lidiar con la atmósfera de los tiempos, como diría Daniel Bensaïd. Ciertamente, la revolución es acontecimiento, pero también proceso, historia, e ignorar este detalle puede conducirnos directo a la resistencia estética, sin eficacia política, impotente.

Se dirá que ésta es una postura derrotista, que el combate no está decidido, que son muchos en el mundo quienes siguen atentamente el curso de los acontecimientos, que nos expresan su solidaridad frente a las agresiones imperiales, que desean fervientemente que la revolución bolivariana prevalezca, porque en tiempos de oscuridad los pocos faros existentes permiten a los pueblos aferrarse a la idea de que otro mundo es posible. Nada más alejado de la realidad.

Precisamente porque el combate no está decidido es necesario identificar lo que hay de adverso en el panorama, porque solo así es posible despejar obstáculos y trabajar para que la revolución sea posible. Lo contrario es perseguir espejismos, arriesgándose a morir en medio del desierto.

Derrotista sería resistir sin voluntad de poder o asumirse irreversiblemente vencido y por tanto procurar la salvación personal. Si tal es la elección de algunos, definitivamente no es la nuestra.

Para que haya futuro tiene que haber voluntad de poder en el presente. Y es desde esta manifestación de voluntad que me animo a plantear la necesidad de cultivar la mirada a mediano y largo plazo. No se trata de sentarse a esperar el momento propicio, sino de crear, aquí y ahora, las condiciones propicias para actuar, para ensanchar nuevamente el horizonte. Tal es el sentido último de esta radiografía sentimental del chavismo.

A los impacientes, tanto como a los que sienten que la revolución ya fue, les vendría bien preguntarse dónde estábamos hace veinte años, o más bien veintitrés años atrás, cuando Chávez fue presa de aquella inmensa fatiga que casi lo arrastró a abandonarlo todo. Oportuno recordar a Heráclito, una vez más: el carácter es para el hombre su destino.

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