Cuando se tienen cuarenta y cinco años y una revolución a cuestas, es realmente difícil evitar que las palabras estén salpicadas de un cierto tono aleccionador. Sin quererlo, sin advertirlo incluso, supongo que en más ocasiones de lo deseable hablo o escribo con un aire de suficiencia que no debe resultar muy agradable para el interlocutor.
La cosa se complica cuando uno se cree en la obligación de contar la historia de la revolución bolivariana, de sus antecedentes, de sus grandezas y miserias, de sus posibles derroteros. Varias veces he referido que eso fue justamente lo que me motivó a escribir con regularidad: contar mi parte de una historia que me parecía escasa o pobremente contada. Había demasiados cabos sueltos, detalles que se pasaban por alto, episodios extraordinarios que corrían el riesgo de ser olvidados.
Además, es mi parte de una historia que es mi historia. Teniendo la posibilidad de contarla, sencillamente no tenía intenciones de desaprovechar la oportunidad de ofrecer mi versión de los hechos.
Ahora que lo pienso, más allá de cualquier pretensión de verdad, también escribo con el propósito de acompañar y ser acompañado. Sin embargo, intento no olvidar la recomendación de Horacio Quiroga: “No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia”. Caso contario, uno puede descubrirse escribiendo lo que otros desean leer, que no siempre es lo que es necesario contar. Complacer a la audiencia puede ser una forma de engaño, sobre todo con uno mismo.
Decía que en mis circunstancias es difícil evitar el tono aleccionador y hablar o escribir con aire de suficiencia. Pero hay que emplearse a fondo, hacer el mejor esfuerzo. Porque lo cierto es que hay mucho que aprender de quienes nos antecedieron y también, aunque no lo parezca, de quienes habrán de sucedernos.
Teniendo todo esto en mente, me atrevo a sugerir algunas guías para el pensamiento y la acción de los militantes más jóvenes:
- No sientan vergüenza de su origen de clase popular. Si se van a desclasar, que sea porque provienen de la clase media o alta y decidieron renunciar a sus privilegios de clase. Eso no significa en lo absoluto conformarse o vivir mal. Significa luchar porque el conjunto de la sociedad viva mejor, y no solo una pequeña parte. Ustedes no se hicieron militantes para resolver sus propios problemas materiales y los de su pequeño grupo, familiar o de amigos y allegados.
- Desconfíen de los que hablan de revolución y amasan privilegios. No se vendan al mejor postor. No se conviertan en clientes de nadie. No se arrimen al poderoso, no crean que solo es posible sobrevivir bajo el manto protector de quienes ocupan cargos de dirección. Ustedes no están para ser sobrevivientes de nada ni de nadie. No se deslumbren por el poder de quienes hacen un chasquido de dedos y resuelven un problema. No se dejen llevar por cantos de sirena o por encantadores de serpientes.
- Piensen con cabeza propia. No se subestimen. Ustedes tienen una mínima noción de lo que está bien y lo que está mal, de lo que es correcto e incorrecto. Por algo decidieron militar políticamente. Lean, estudien. Sospechen de quienes son laxos con valores y principios.
- Si ocupan un cargo de responsabilidad, no se acomoden. Con frecuencia, la mejor manera de saber si se está obrando correctamente es si se ganan la animadversión de los liderazgos negativos, de los elementos más corrompidos. Frente al poder, y ejerciéndolo, sean siempre subversivos. Fíjense en quiénes los aplauden y quiénes los vilipendian. Ustedes no están militando para coronar cargos, para ocuparlos indefinidamente. El poder es transitorio. La vida da muchas vueltas. Sean gente.
- Cuando les asalten las dudas, que será muchas veces, escuchen a la gente común y corriente. Sean capaces de aprender de ella. No se distancien de la realidad de la calle, porque ella es la gran maestra de la política.
- No se conviertan en repetidores de consignas. Su trabajo es crear, inventar. La revolución es tierra virgen y mil problemas. Los problemas no se resuelven con discursos huecos, vacíos, repetitivos, sin imaginación. Estos, al contrario, le hacen un flaco favor a la revolución y uno muy grande al estado de cosas que queremos cambiar.
- Ustedes no están para hacer el papel de masa de maniobra o público cautivo en actos y concentraciones. No se sientan obligados a hacer de relleno en las puestas en escena de alguien más. Desconfíen de las tarimas y los atriles.
- No sean timoratos, sino audaces. No hagan el papel de esos tristes personajes que se dicen revolucionarios, pero los hechos los delatan como empedernidos conservadores.
- Respeten la diversidad de pensamiento, la diferencia de opiniones. Sean receptivos a la crítica. No se atrincheren en posiciones indefendibles simplemente porque es la opinión de su pequeño grupo. Si van a ser intransigentes, que sea por una causa que valga la pena.
- Demuestren un respeto reverencial por la gente que lucha. No la menosprecien, no la señalen, no la censuren. Si se van a equivocar, que sea con la gente que lucha, y no poniéndose del lado de quienes le dan la espalda, por conveniencia, por cobardía, porque se están afectando sus intereses.
- No teman decir lo que sienten y piensan que tienen que decir, porque serán menospreciados, señalados o censurados. Un militante honesto políticamente es incómodo por naturaleza. Con el tiempo se aprende a tener sentido de la oportunidad, a proceder con inteligencia. Pero tengan en mente que la mejor opción nunca será callar, mirar a otro lado, hacerse el desentendido.
- Crean en la Comuna como el horizonte de realización del ideario bolivariano, robinsoniano, zamorista, chavista, socialista.
Sepan disculpar el rodeo inicial sobre la historia o si estas guías les parecen muy impertinentes o controvertidas. Pero son algunas de las cosas que uno ha ido aprendiendo, y créanme cuando les digo que no me anima otra intención que acompañarlos, abrirles camino. No están solos.
la vaina es que a uno le paren de verdad, en los encuentros, he ahi el problema????