Radiografía sentimental del chavismo (XIV): Mala fe

En la primera entrega de esta serie adelantaba que me parecía una falacia aquello de que, para tener una mirada global de la realidad venezolana, resultaba inevitable renunciar a la posibilidad de hablar desde esa parcialidad que es el chavismo, ubicarse por afuera de él.

Planteaba que no solo era posible, sino necesario construir una mirada global desde el chavismo, es decir, desde la posición de un sujeto político que de hecho irrumpió históricamente como el afuera popular que, además de poner en jaque el adentro de la política de elites, logró replantear las reglas de juego políticas.

Para quienes sostienen esta falacia desde posiciones de “izquierda”, hay incluso algo de indignidad en ese empeño en hablar desde el chavismo, todavía a estas alturas.

Esta impostura tiene mucho de lo que, siguiendo a Jean Paul Sartre, José Romero Losacco identificaba como mala fe: “Sartre entendía por mala fe la negación de la libertad individual que ocurre cuando el sujeto objetiva sus acciones al tratarlas como determinadas por las acciones de otros. Se trata de la típica justificación de nuestras acciones objetivando nuestra propia responsabilidad mediante su transferencia”.

La “transferencia individualizante de la propia responsabilidad” equivale al “ejercicio de reificación del individuo como totalidad”, lo que le permite al individuo “objetivarse de una realidad de la que forma parte”, salvando su responsabilidad.

Es mucho menos complicado de lo que pudiera parecer: no es que sea necesario ubicarse por afuera del chavismo para tener una mirada global, es que se apela al pretexto de la necesidad imperiosa de una mirada global para justificar la decisión política de ubicarse por afuera del chavismo.

Solo el individuo reificado es capaz de una mirada “totalizante” o global, y dicha mirada solo es posible objetivándose respecto del chavismo o, porque puede que esta palabra resulte demasiado insoportable, de la revolución bolivariana.

Es una forma si se quiere elegante, aunque rebuscada y falaz, como toda impostura, de renegar del chavismo, descargando en otros la responsabilidad individual.

Entiéndase: es perfectamente comprensible que un individuo decida desmarcarse del chavismo o de la revolución bolivariana, por las razones que fueren. Pero un poco de honestidad intelectual y un mínimo de sensatez política le obligarían a hacerse cargo de sus actos u omisiones. Es decir, a proceder sin mala fe.

El detalle es que la mala fe abre puertas en el mundillo académico o intelectual, tanto como en cierta prensa “progre”. Ahora que Venezuela, el chavismo y la revolución bolivariana resultan demasiado tóxicos para ambientes y sensibilidades tan asépticos, es demasiado cuesta arriba, un anatema casi, vergonzoso incluso, retratarse en tal lugar, junto a tal identidad o experiencia, a riesgo de contagio.

Las circunstancias históricas exigirían una cierta sobriedad, equidistancia, ecuanimidad, objetividad es la palabra. Miradas y voces capaces de trascender los esquemas “polarizantes”.

Hay mucho de temor a quedar por afuera de los espacios donde puede recibirse, en contraprestación, reconocimiento y prestigio. Permanecer adentro exige una cierta disciplina que no siempre es compatible con el ánimo militante, para emplear otra mala palabra.

Además, desde estos mismos espacios académicos o intelectuales puede hacerse carrera escribiendo sobre el “fracaso” del chavismo o de la revolución bolivariana, con frecuencia empleando, como escribe Romero Losacco, “neologismos que nada explican, pero que sirven para mostrarse con rostro renovado y así eludir el mea culpa, para decirle al mundo: ¡No fuimos nosotros, fueron ellos que no comprendieron! No hay la más mínima humildad, no se plantean que el problema fue que ellos no se supieron explicar, mucho menos que ellos son corresponsables de lo que ahora acontece”.

Es justo decirlo: no será la primera vez que la intelectualidad de izquierdas exhiba sus miserias. Tampoco la última. Más de una vez, encandilada por el fulgor revolucionario popular, tomó partido y se involucró en política, y cuando el fuego amainó se apresuró a salir por la puerta trasera, con las tablas en la cabeza, y corrió a ocupar el que considera su verdadero lugar.

Es preciso dar cuenta, por supuesto, de tales imposturas, sobre todo para identificar lo que no se puede hacer, bajo ninguna circunstancia, porque es obrar de mala fe. Pero lo fundamental es entender que para reavivar el fuego revolucionario hace falta, y mucho, rigor político e intelectual, que en lo absoluto tiene por qué estar reñido con la militancia. Aprender de nuestros errores es lo que corresponde. Asumir nuestra responsabilidad.

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