El 20 de febrero de 2009 cayó de sorpresa Chávez en la casa de Nohemí, por allá en la comunidad de El Cayude, unos diez minutos más allá del pueblo de Tocuato, en la vía que enlaza la ciudad de Coro con Punto Fijo, en el estado Falcón.
Si su humilde casa ya era pequeña, Nohemí no cabía de la emoción, mucho menos cuando Chávez entró acompañado de su equipo. El comandante le preguntó si tenía café y Nohemí corrió a prepararlo. Volvió con el café, Chávez se lo llevó a la boca, y enseguida supo que algo extraño estaba pasando. Le preguntó a Nohemí si ese era realmente el café que le había hecho, y ella asintió, por supuesto, aunque un tanto nerviosa.
Falso. El equipo de seguridad se había escurrido sigilosamente hasta la cocina y, antes de que Nohemí pudiera alcanzarle la taza de café a Chávez, alguno de los muchachos procedió, en cuestión de segundos, a sustituirlo por el café que traía la comitiva, velando celosamente por la seguridad del comandante.
Cuentan los presentes que el regaño de Chávez fue de antología, al punto de que la misma Nohemí intentó interceder por los muchachos, lo que Chávez impidió, amorosa pero firmemente. Con voz atronadora, preguntó a su equipo si podía resultarles siquiera concebible que el café de Nohemí representara un peligro para él.
Acto seguido, se deshizo del café de la comitiva, y bebió, una, dos, varias tazas del café de Nohemí, en actitud desafiante, como si se burlara infinitamente del protocolo que lo separaba de los hombres y las mujeres del pueblo.
El 17 de septiembre de 2013 conocí a Nohemí. Conversé un rato con ella, me mostró la taza en la que el comandante bebió su café, y me contó que la guardaba como su tesoro más preciado. Nunca asomó siquiera el menor detalle de aquel incidente, como obliga la nobleza popular. En algún momento me susurró al oído que Chávez le prometió volver algún día. No le alcanzó la vida. “No vino él, pero vino usted”, me dijo, y algunas lágrimas corrieron por sus mejillas.
Por supuesto, tomé del café de Nohemí.
Muy poco tiempo después, el 15 de diciembre del mismo año, registramos la Comuna Socialista Cayude con Aroma de Café, la número 448 del país.
Hace un par de meses murió Nohemí, me contó José Luis.
Hablando de café, no ha pasado un día desde que llegué a este lugar donde ahora escribo en que me haya faltado el café de Víctor.
Uno de estos días me contó lo que había preparado de almuerzo. Lo disfrutó particularmente. Por primera vez en lo que va de año comió carne de res. El mismo día que compró la carne, compró también medio kilo de café.
Nunca falta el café en la casa de Víctor. Y nunca falta el café de Víctor en el escritorio, cuando estoy escribiendo.
Es como un ritual: llego a su casa, nos saludamos, subo las escaleras, me acomodo, comienzo a escribir, y a los minutos sube Víctor con el café recién preparado.
Es una manera de conjurar la soledad, de permanecer juntos: Chávez tomando el café de Nohemí, Nohemí compartiendo su café conmigo, Víctor haciendo lo mismo. Toda la gloria del mundo cabe en una taza de café, por pequeña que ésta sea, pudiera haber dicho Martí, y quizá de allí su sabor cuando es compartido.
“El diablo está en los detalles”, le gustaba repetir a Chávez. El chavismo más genuino está en esos detalles como los de Chávez, Nohemí y Víctor. Por eso me traje dos paquetes de 200 gramos del café que produce la Comuna Comandante Adrián Moncada, para que lo probemos todos.
No te los he pagado, José Luis. Pero no te preocupes, que aquí tengo el dinero.
¿Qué será de la vida de la gente de El Cayude, de su Comuna, del aroma de su café?
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Na guara, me saco las lágrimas.
Ta bueno el reportaje, la vida y ejemplo del Cósmico fue Cósmica 🙂