Ponga usted el caso de un joven que ronda los veinte años y está iniciando estudios universitarios. Es inteligente, sensible. No solo cree en su país: le duele en el alma lo que está pasando y, en lugar de marcharse, quiere hacer algo al respecto. Está estudiando para resolver lo material, claro que sí, desea tener un buen trabajo, apoyar a sus padres, enamorarse, ir de fiesta, viajar, formar un hogar, pero eso le resulta insuficiente. Le hierve la sangre cada vez que se comete una injusticia. Quiere hacer la diferencia, sumarse a algún esfuerzo colectivo.
Acto seguido, el joven en cuestión identifica los referentes políticos más cercanos, muy probablemente entre sus compañeros de clase. Le resulta imposible reconocerse en el antichavismo, en sus métodos, en sus prejuicios de clase y raza, en su desprecio por lo popular. Puede que provenga del barrio como puede que no; puede que su familia pertenezca a la clase media popular. Cursó primaria y bachillerato en planteles públicos. Muchos de sus amigos, entre ellos los que considera sus mejores amigos, son de origen humilde, estudiaron con mucho esfuerzo, algunos de ellos incluso tuvieron que trabajar para costearse sus estudios, para ayudar en la casa. La realidad del mundo popular no le resulta ajena, conoce de sus sueños y frustraciones, de sus triunfos y fracasos. Si va a hacer algo, lo hará preferiblemente con gente que pertenece a su mundo. Con ellos, gente sin privilegios, se siente en confianza.
Entonces voltea a ver a sus compañeros chavistas. Por lo general mediocres, indisciplinados, arrogantes, sus intervenciones en clase parecen un panfleto mal elaborado: no aportan una idea nueva, su discurso es trillado, repetitivo, hueco. Las ropas que visten, el teléfono que usan, no se corresponden con su origen de clase. Parece que tuvieran la vida resuelta. Entre la prédica y la práctica cotidiana media un abismo insalvable. Imposible, por tanto, reconocerse en lo que tienen como referentes inmediatos del chavismo.
¿Dónde irá a hacer política el joven en cuestión? Rodeado de intolerantes y elitistas, discurseros y acomodados, pareciera condenado a ocupar un no-lugar de la política, sin que le sea posible establecer alguna relación de interlocución con los dos polos de la política boba, como no sea para expresarles su más rotundo rechazo.
No es puro ejercicio de imaginación: tal cuadro es el resultado del intercambio de historias e impresiones con profesores y estudiantes universitarios. Chavistas todos, o por lo menos no identificados con el antichavismo.
Situaciones similares se repiten Venezuela adentro: en lugares de trabajo, en muchas comunidades, desde las más próximas hasta las más remotas. Grupos humanos o poblaciones enteras a merced de funcionarios o políticos indolentes, pusilánimes, que simulan pelear por un mejor destino para el país, mientras se pelean por copar espacios de poder y oportunidades de negocios.
Hace rato que la política real, la más genuina, no pasa por los espacios controlados por la política boba. El problema es que esta última pretende el monopolio de la política, con perjuicio para la inmensa mayoría del país, incluyendo, por supuesto, el grueso de la base social tanto del chavismo como, intuyo, del antichavismo.
La política del futuro, aquella que emergerá tras la derrota definitiva de la política boba, se nutrirá, al menos en parte, de lo que sean capaces de hacer quienes hoy ocupan ese no-lugar de la política. Tal es la misión histórica que el destino les ha reservado, por más grandilocuente que pueda parecerles la sentencia. Les corresponde asumir una inaplazable tarea de reinvención, reformulando el discurso y la práctica políticas, creando lo nuevo.
Hace tiempo que lo peor del antichavismo intentó picar adelante, conectándose con el malestar popular, no con el propósito de reinventar absolutamente nada, sino de prevalecer. Es uno de los peligros que hay que saber identificar: quienes no tienen otra forma de hacer política sino reproduciendo la lógica de la política boba, intentarán presentarse como una alternativa novedosa, digerible, potable.
Lo peor del antichavismo intentó sacar ventaja cuando inventó aquello del “enchufado”. El vocablo fue introducido por el equipo de Capriles Radonski durante la campaña presidencial de 2013.
Supuestamente dirigido contra los «funcionarios», el vocablo ponía en la mira tanto a las Misiones como a la organización popular en las comunidades, pilares de la revolución bolivariana. Una tristemente célebre pieza televisiva difundida durante la referida campaña dirigía sus ataques, específicamente, contra las Misiones educativas y la Gran Misión Vivienda Venezuela. Las que hablaban eran dos mujeres de barrio. Muy convenientemente, la que empleaba el vocablo era la mujer de franela roja. El que conoce algo de política venezolana sabe que las Misiones serían inconcebibles sin la organización popular.
[youtube https://www.youtube.com/watch?v=RxXrohu5lDw&w=560&h=315]El metamensaje del equipo de campaña de Capriles Radonski era el siguiente: las Misiones no son más que ocasiones para la trampa, para el aprovechamiento de los más “vivos”, de los que tienen “compadres” que están “enchufados”, de los “amiguitos de siempre”. Por tanto, no vale la pena organizarse. No era, insisto, un mensaje contra los “funcionarios”. Era un mensaje de desaliento, que buscaba suscitar la impotencia política, el cinismo, para que dejáramos de creer en la potencia de la organización popular.
Una campaña tiene eficacia política cuando logra, así sea parcialmente, colonizar el pensamiento, lo que se traduce en el lenguaje que empleamos para nombrar el mundo. Y aquella campaña fue eficaz: hoy día el vocablo es usado frecuentemente por muchos chavistas y, no por casualidad, por muchos de quienes ya no se identifican con el chavismo. ¿Cómo nombrar a aquellos estudiantes chavistas discurseros y acomodados? Pues como “enchufados”. Parece hasta obvio.
El problema con el lenguaje que empleamos es que no solo nos permite nombrar el mundo, sino interpretarlo. Colonizado nuestro pensamiento por el lenguaje empleado por lo más impresentable del antichavismo, solo podemos interpretar el mundo de manera cínica, desde el desaliento, desde la profunda desconfianza en nuestra propia fuerza para transformarlo.
Por definición, el chavismo está mejor preparado para dirigir el necesario ejercicio de reinvención política. Tiene su origen histórico en una gigantesca voluntad transformadora, además motorizada fundamentalmente por las clases populares, a la que debe seguir siendo fiel. Pero para ello debe estar dispuesto a dialogar fluidamente con quienes hoy ocupan ese no-lugar de la política. Sin ignorar sus raíces, y todo lo que tiene de grandiosa trayectoria, debe encontrar allí algunas de las pistas que le permitan resolver el misterio de sus miserias, saldando cuentas con la política boba. Hace unos años llamaba a esto mismo “repolarizar”.
Tal vez sea ella, la política boba, una de esas pistas. Por eso el empeño en llamarla como corresponde. Para que deje de simular lo que no es, y para que la política sea lo que piensan, sienten y desean las mayorías populares.
Una respuesta a “Radiografía sentimental del chavismo (VIII): El no-lugar de la política”