Radiografía sentimental del chavismo (VII): Irreductibles

Foto: Orlando Monteleone. Serie: Los amores de Chávez. 2013.

“Es más allá de la izquierda donde está la solución, donde están las fuerzas movilizables para romper el aterrador futuro de un país que tiene cinco lustros marcados con nombre y apellido” (1). Eso decía Alfredo Maneiro en 1980, muy importante referente histórico de la izquierda venezolana, y con quien Chávez tuvo oportunidad de dialogar varias veces hacia finales de los 70, cuando iniciaba apenas su carrera militar.

La solución comenzaría a fraguarse la década siguiente, con la irrupción histórica del chavismo, un sujeto político que, con Chávez a la cabeza, logró constituirse en una poderosa voluntad colectiva nacional y popular, trascendiendo, por mucho, el espacio de la militancia política de izquierda, si bien ésta tuvo desde el principio un notable protagonismo, asumiendo la dirección en distintos niveles del movimiento.

Sería un absoluto despropósito negar el decisivo influjo de la izquierda militante en el chavismo. Pero habría que reconocer igualmente que mucho de la audacia de este último tiene relación directa con el muy particular proceso de politización que experimentó, y que le permitió incorporarse a la lucha política sin cargar con las rémoras de la vieja cultura política de izquierda, con sus visos de autoritarismo, dogmatismo, sectarismo y cortedad de miras estratégica, haciéndose de un arsenal de ideas-fuerza que poco o nada tenía que ver con las estrecheces propias de las lecturas de manual, y sí mucho con los problemas del país real, y con figuras históricas que, revisitadas por el chavismo, adquirían una actualidad y una centralidad casi sin precedentes.

De la mano de Bolívar, Rodríguez y Zamora, sin negar otros referentes históricos, políticos y teóricos, y dibujando como horizonte la democracia participativa y protagónica, el chavismo se dispuso a la conquista del poder político, no sin antes conquistar el alma de las mayorías populares, ahora movilizadas para derrotar a quienes identificaba como los responsables de la tragedia nacional, y para conjurar definitivamente el aterrador futuro del que hablaba Maneiro.

El chavismo siempre se ubicó más allá de la izquierda, y si en algún momento se planteó la construcción de algo llamado el socialismo del siglo XXI, no fue porque decidiera retroceder, sino porque consideró que las condiciones históricas estaban dadas para plantearse una reinvención de la izquierda revolucionaria, saldando cuentas con las experiencias de lo que Daniel Bensaïd llamó los socialismos realmente inexistentes.

Si hoy es necesario hacer un balance de aquella apuesta por la reinvención, el punto de partida tendría que ser dar cuenta de aquella singular relación entre la izquierda y el chavismo. Elegido, por la razón que fuere, un punto de partida distinto, cualquier balance tendría que pasar necesariamente por allí.

Marcar distancia del chavismo desde posiciones de izquierda es un atajo que no conduce a ninguna parte, aunque también puede conducirnos a una situación muy similar a la que refería Maneiro: orgullosos de nuestra filiación política de izquierda, pero lejos, muy lejos de la solución a nuestros problemas.

Chávez se refirió en varias oportunidades a una frase que le escuchó decir alguna vez a unos viejos militantes de izquierda: “Pocos, pero irreductibles”. Las circunstancias son más o menos como siguen: los viejos militantes tenían la misión de hacer trabajo de masas para ampliar la base social del movimiento. Al cabo de un tiempo les tocó rendir cuentas: relataron los numerosos obstáculos que se encontraron a su paso, tal vez la desconfianza de la gente, su identificación con los viejos partidos del orden, sus vicios, sus limitaciones. No tanto con resignación, sino más bien como consuelo y con un orgullo imposible de disimular, concluyeron su reporte con aquella sentencia: “Somos pocos, pero irreductibles”.

El problema, por supuesto, es que las revoluciones no se hacen con un puñado de irreductibles. “No, no podemos ser pocos, tenemos que ser muchos” (2), decía Chávez en otra oportunidad. Y para lograrlo, es preciso asimilar que el militante no es el principio y el final de la política revolucionaria: “Es decir, ¿tú y yo y cinco iluminados de la moral nueva vamos a prefigurarnos esa moral y a tenerla clara antes de ir a un proceso de organización del pueblo, o vamos a conseguir esa nueva moral allá abajo en el pueblo? […] ¿No será más bien que la revolución tuya dependerá de la revolución del colectivo? ¿No será más bien una consecuencia y no una causa? […] Yo creo más bien, y cuando salí de la cárcel dije: voy a las catacumbas del pueblo. Porque no se trata de la moral de Hugo Chávez […] Yo voy allá abajo, me va a caer el excremento, me van a revolotear las moscas, me va a picar una serpiente, sí, pero yo prefiero eso a tener mi moral incólume en la montaña, hablando con el sol y con la roca […] Es que hasta la definición de esa moral depende de la liga de excremento y sangre, purezas e impurezas de un colectivo que está allá abajo” (3).

Ahora que la revolución bolivariana atraviesa por un difícil trance histórico, y que comienza a debilitarse la identificación de las clases populares con el chavismo, muchos de nosotros optamos por reaccionar como aquellos viejos y respetables camaradas, de los que nadie podrá decir nunca que claudicaron, y consideramos que la opción más digna es reafirmarnos en nuestra irreductibilidad.

No hay problema, quedaremos unos pocos, pero irreductibles; cuántos son ustedes, cuando ustedes quieran, nosotros queremos.

Incluso, desde nuestra irreductibilidad señalamos a quienes pretenden cuestionar a la revolución bolivariana desde posiciones de izquierda, y les acusamos de no comprender el alma popular, lo que, dicho sea de paso, suele tener mucho de cierto. Pero nos resulta muy cuesta arriba reconocer en nuestra irreductibilidad una de las principales características de la vieja cultura política de izquierda: el sectarismo.

Tal vez me equivoque, pero me atrevo a sugerir que hay una irreductibilidad chavista que puede distinguirse de la típica irreductibilidad de militante de izquierda. En mi caso particular, no siempre tengo claro cuándo asumo una u otra actitud. Una delgada línea las separa.

De la primera se me ocurren muchos ejemplos: relatos que rayan en lo increíble de todo lo que hizo mucha gente para poder votar el 30 de julio de 2017, cuando elegimos la Asamblea Nacional Constituyente. La señora que, el 23 de febrero de 2019, en San Antonio del Táchira, con lágrimas en sus ojos, explicaba las razones por las cuales había acudido hasta el puente Simón Bolívar, para impedir que una fuerza extranjera, alentada y acompañada por el cipayaje, violentara la soberanía nacional, introduciendo a la fuerza la mal llamada “ayuda humanitaria”.

Hay en esos episodios, como en muchísimos otros, una voluntad inquebrantable de seguir siendo libres, de resolver nuestros asuntos entre nosotros mismos, democráticamente, exponiendo la propia vida, voluntad que se expresa en la calle, juntándose con los otros, sin importar el riesgo, o sorteando innumerables peligros para hacer posible, precisamente, el acto de juntarse, para encontrarse, reunirse con los millones que comparten esa misma voluntad.

En cambio, la irreductibilidad de izquierda es cuestión más bien de nichos, autorreferente, de pequeños grupos, un poco paranoica, más cercana a la política conspirativa que al trabajo de calle. Jactanciosa, le cuesta ponerse en los pies del otro, porque claro, solo ella está parada donde corresponde, dice todo lo que puede decirse y calla todo lo que debe callarse. El espíritu de secta le corroe. Le cuesta empatizar con el que siente, piensa y actúa diferente, y mucho más con el que exhibe sus debilidades, sus temores, sus flaquezas.

El asunto es que con tal actitud es imposible ser mayoría. Con toda la razón del mundo, y por más doloroso que pueda resultarnos, las mayorías populares no encuentran a sus referentes políticos y éticos entre nosotros, los irreductibles de izquierda. Al contrario, somos nosotros los que nos encontramos frente a una oportunidad con frecuencia irrepetible cuando un liderazgo revolucionario es capaz de empatizar con las miserias y grandezas populares, y de esa interlocución resulta una fuerza política extraordinaria. Entonces, los irreductibles de izquierda nos incorporamos, gozosos, a la tarea de hacer una revolución que no hubiéramos podido liderar ni en sueños.

Nos falta mucho de la humildad militante con la que el pueblo se hizo chavista. Nos falta disposición para aprender todo lo que el pueblo irreductiblemente chavista todavía puede enseñarnos.

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(1) Alfredo Maneiro. “Más allá de la izquierda es donde está la solución”, en: Escritos de filosofía y política. Fondo Editorial ALEM. Los Teques, Venezuela. 1997. Pág. 306.

(2) Hugo Chávez. Conversatorio con delegados asistentes al XVI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. 13 de agosto de 2005.

(3) Agustín Blanco Muñoz. Habla el Comandante Hugo Chávez Frías. Cátedra Pío Tamayo, CEHA/IIES/FACES/UCV. Caracas, Venezuela. 1998. Págs. 441-442.

6 Respuestas a “Radiografía sentimental del chavismo (VII): Irreductibles”

  1. Pareciera que hay un sector en la Dirección a la que le cuesta desprenderse de tanto sectarismo. Les cuesta ser humildes, y eso Reinaldo no lo venden en farmacia
    A pesar de las lecciones que da el pueblo chavista ( algunos de la dirección no dejan de mostrarse prepotentes ) y esto para no hablar de los eunucos existentes entre los ministros

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