Setenta y cuatro

Con mi papá. En Puerto Ordaz, estado Bolívar. 1974.

Saludos, mi viejo. Aquí andamos. Yo intentando lidiar con tanta ansiedad. No siempre lo logro. Sabes que son tiempos muy difíciles. Pero espero que salgamos bien parados de todo esto. Fortalecidos. Con tiempo suficiente para seguir disfrutando de los amores, de la familia, de mis hijas. Sandra ya es una mujer. Cumple diecinueve en noviembre. El año pasado salió del liceo, en septiembre comienza la universidad. Psicología, en la Central. Aunque su pasión es la música. Sigue cantando. Está aprendiendo francés. Ahora comenzó clases de piano. Lee mucho. Escribe sobre cine. Es muy inteligente, despierta, encantadora, divertida. Le gusta hacer dramas. También tortas de chocolate. Me inspira tranquilidad saber que tiene los pies bien puestos sobre la tierra. Ainhoa, en cambio, vuela. No se cansa. Tiene una sonrisa que Dios se la guarde. Va para segundo grado. Hace amigos con una facilidad asombrosa. ¿Te acuerdas cuando Sandra nos ponía a hacer obras de teatro? Ainhoa es igual. Inventa juegos, competencias. Le gusta que contemos chistes y hagamos adivinanzas. A sus seis años ha hecho más pijamadas que todas las fiestas que organicé en mi vida. Está yendo a clases de ballet, también está aprendiendo a tocar el piano. No le gusta el huevo revuelto, pero sí las frutas, el papelón con limón, los helados y el chocolate. Es tan dramática como la hermana. Ambas se mueren por la playa. Tenemos el plan secreto de irnos a vivir para Margarita, pero su mamá no quiere. Meres está bien. Ahora, un poco mejor. Hace cosa de un par de años la pasó muy mal. No le gusta sentirse inútil, y en estos tiempos es como si en las oficinas no pudieran tolerar a la gente más capaz y comprometida. Como en general las mujeres de este país, hace magia para resolver el día a día. A veces se quiebra, pero se le pasa rápido. Más o menos por la misma época noté que Sur también estaba mal. Por razones parecidas. Fue la primera vez en mi vida que sentí débiles a los pilares de nuestra familia. No sé bien cómo, ni de dónde, pero sacaron la fuerza. Y allí están. No sé cuántos años cumplió Sur, dicen que setenta. En todo caso, parece de cuarenta, lo que nos hace contemporáneos. Está arreglando la casa. Le está quedando bonita. Algo raro pasa con su rostro. Cuando ríe, cuando carcajea incluso, que lo sigue haciendo, y mucho, los músculos de su rostro apenas se mueven, como si su cuerpo no fuera capaz de ir al ritmo de su alma alegre. Sigue cuidando de Rommel. Lo alcahuetea, lo consiente. Quién lo diría. Creo que es porque siente que en su vida falta un poco de amor. Entonces ella va y le regala un poquito. Es un poco extraño lo de Rommel: de todos nosotros, el de mejor humor, el más divertido. Pero de un tiempo para acá anda un poco huraño, irritable. Serán los mismos problemas. De nuevo, sentirse poco útil en el trabajo. Pero lo conozco bien y sé que saldrá adelante. No había notado cómo esta situación con el trabajo nos afecta a varios de nosotros. Porque con Coro sucede lo mismo. Pero me parece que ella lidia un poco mejor con la situación, tal vez por su carácter, o porque está Elio, y sobre todo por Thiago, el papi. Tiene tiempo amenazando con otro sobrino. A falta de sobrino, un buen día llegó Elio con una perrita a la casa. Ainhoa quería ponerle de nombre: Luz que baña las estrellas. Finalmente le pusieron Arya. Están viviendo en Cagua. Un apartamento modesto, pero lindo, acogedor. Elio prepara muy buenas comidas. Los visitamos de vez en cuando nada más que por eso. Como están cerca, visitan a Sur con mucha frecuencia, salvo la vez que se pusieron a hacer chistes de mal gusto, y tuvieron que dejar de ir durante varios días, a riesgo de que Sur los corriera. Rommel, por supuesto, se sumó entusiasta a la componenda contra Sur, y durante el mismo período sufrió los rigores de la ley del hielo y hasta tuvo que prepararse su comida. Coro está bien. Menos aquella vez que se puso a inventar con un tinte de cabello de extraña procedencia. Tenía el cabello de todos los colores. Sandra quiso imitarla, pero la logramos persuadir. Desde entonces, Ainhoa decidió que su fiesta de cumpleaños sería de arcoíris y unicornios. Thiago, en cambio, es fanático de los dinosaurios. Yo intento explicarle que ya se extinguieron, que tiene que superarlo, pero no me hace caso. Toca el cuatro, siguiendo el camino de su padre. También es fanático del Hombre Araña y de La Guerra de las Galaxias. Un día le recreé la escena aquella en que Darth Vader le confiesa a Luke que es su padre. Pues desde ese día soy su tío Amyorfader. César Augusto está en Santiago de Chile. Ejerciendo de médico, así que por ese lado le va bien. Lidiando con el frío y los temblores. Solo habla con Sur. A través de ella nos enteramos de algunos detalles de su vida: de su agitada vida social, de los conciertos a los que asiste, de sus interminables noches de alcohol, drogas y rock and roll, de sus numerosas aventuras amorosas. Pero no te preocupes, porque yo creo que hay un poco de exageración en lo que cuenta. Me hace mucha falta mi panita. Tú bien sabes que es como un hijo para mí. Todos lo extrañamos un montón. Sueño con el día en que vuelva a darle un abrazo y nos tomemos una cerveza.

Pues así van las cosas, mi viejo. Puedes estar tranquilo. Con nuestras flaquezas y malos momentos, hemos permanecido íntegros.

Gracias por cuidarme. La bendición.

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