Paterson, en el film homónimo de Jarmusch, no escribe poesía gracias a las Grandes Cataratas del río Passaic. La belleza de “Paterson” radica en la habilidad con que elude la trampa del paisaje.
Jarmusch tampoco hace un elogio de la apacibilidad, suerte de estado ideal para la escritura. Paterson escribe poesía a pesar de su vida apacible, de la rutina.
Eso sí, Paterson, conductor de autobús, escucha, observa atentamente.
El lunes por la mañana, Laura le dice que tuvo un sueño hermoso: soñó que tenían gemelos. Entre lunes y viernes, Paterson se cruzará con gemelos hasta en seis oportunidades: camino al trabajo, en el bar, en la calle, a bordo del autobús, a la salida de su trabajo, de nuevo en el autobús. Gemelos, pero distintos: hombres, mujeres, niñas, ancianas, blancos, negros, negras, blancas.
Laura, mientras tanto, ensaya múltiples formas del blanco y negro: en la ropa que usa, en la comida que prepara, en las paredes, en las puertas, en los muebles y utensilios de la cocina, en las cortinas.
Incluso en lo idéntico hay diferencia. Incluso el blanquinegro, quintaesencia de la pobreza de opciones, ofrece infinitas variantes.
Una historia de amor siempre es una historia de amor, pero ella puede ir de Romeo y Julieta a Abbott y Costello.
Cuando, el día viernes, el autobús se accidenta, interrumpiendo así la rigurosa rutina, tres personas comentan a Paterson, alarmadas, que aquel episodio ha podido terminar en una gran bola de fuego. Paterson se ríe. No comprende.
Paterson es un hombre que escribe un poema de amor a partir de una caja de fósforos.
¿Qué poema escribir ahora, que han sido violadas todas las reglas y la cotidianidad es caos? ¿Qué decir ahora, cuando la apacibilidad se ha ido, cuando la rutina es penosa, insoportable, y a veces ni siquiera eso, sino vulgar incertidumbre? ¿Qué decir hoy día, cuando, con una velocidad pasmosa, podemos pasar de la desazón a la ira?
Pues que no se trata de la apacibilidad perdida o la rutina afanosa, sino de lo que somos y hacemos a pesar de ello; que la diferencia no la hace el paisaje, así haya gente que diga que vivimos en un país bendecido, pletórico de maravillas naturales, pero maldito, malhadado, por quienes lo habitamos, que no servimos para nada.
Hay que decir que es escuchar y observar, pero principalmente no dejar de hablar el lenguaje usado en la vida cotidiana por el común de la gente, esa que tal vez no disponga de los medios para frecuentar cataratas y saltos y médanos y picos y playas.
Eso significa la postal con la imagen de Dante que Laura guarda en la lonchera de Paterson, y que éste descubre durante el almuerzo del día lunes. Eso significa también el encuentro de Paterson con Paul Laurence Dumbar, en la lavandería, la noche del miércoles. “Es muy interesante lo que haces”, le dice Paterson a Paul, y ni siquiera esa economía de palabras puede disimular la profunda admiración que el poeta siente por la obra del rapero (interpretado por Method Man, uno de los fundadores del mítico Wu-Tang Clan).
Hay que decir que solo nos salva un amor como el que Laura siente por Paterson, que en parte es el que hace posible el prodigio: Dante conduciendo un autobús.