Hambre

Hambre 1
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Hambre 2
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Hambre 3
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Hambre 4
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Hambre 5
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Hambre 6
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Hambre 7
Hambre 7

I.-
La vi por primera vez algún día de junio. No podía creerlo. No sabía si reírme o indignarme: cuando reía me preguntaba por qué lo estaba haciendo y al indignarme me preguntaba qué ganaría con ello. La seguí viendo durante días que parecían interminables, me despedí de ella a mediados de julio y al regresar, a finales de septiembre, estaba allí todavía, desfachatada, impúdica, acostada sobre la barrera de la Autopista Francisco Fajardo, en dirección este, justo enfrente de la Base Aérea La Carlota.

Ya decidido a dedicarle algunas líneas, quise dejar testimonio gráfico. Pero sucedió lo que temía: justo el día en que fui preparado para hacerlo, había desaparecido para siempre. Esa misma mañana una cuadrilla la había cubierto con pintura amarilla. Estoy seguro de que no faltará quien diga que estoy mintiendo si les cuento lo que allí podía leerse: “Disparen pan, tenemos hambre”.

Sí, Venezuela es un país en que los que no pasan hambre gritan a los cuatro vientos que tienen hambre, interrumpen el flujo vehicular en una autopista que conecta el occidente con el oriente del país, lo escriben en grandes letras de color negro, asedian violentamente una base militar, y todavía piden que en respuesta les disparen pan.

¿Cómo explicarse tamaña impostura? “¿Cómo es posible enflaquecer allí donde no hay necesidad de alimentarse?”, interroga Dante a Virgilio, mientras abandonan el sexto círculo del purgatorio, reservado a las sombras de quienes en vida cometieron el pecado de la gula. “Según la impresión que nos producen los deseos y demás afectos, la sombra va adoptando diversas figuras”, responde Virgilio, y es por eso que la sombra adopta la figura del hambriento: porque desea saciarse de comida y bebida.

Eso traducen aquellas palabras frente a La Carlota: el deseo insaciable de comida y bebida. Aunque le llamen hambre.

II.-
Aquel grafiti no era un accidente: era uno de muchos que aparecieron entre los meses de abril y julio, al calor y al amparo de la violencia antichavista. Tras una breve búsqueda en internet, ubiqué trece imágenes que hablan de lo mismo: doce grafitis y un esténcil, todos en el este de Caracas. En total, reuní catorce imágenes, incluyendo la foto de un grafiti al final de la Avenida Principal de Las Mercedes (imagen número diez), que tomé con mi teléfono.

Acto seguido, las compartí con tres amigos muralistas: Pablo Riesco (AKA Kalaka), Luis José Ordaz (AKA Andamio) y Víctor Hernán Rodríguez (AKA Forastero LPA), seguro de que serían capaces de descubrir detalles vedados para mis ojos inexpertos.

De entrada, todos coincidieron en que resulta un contrasentido hacer grafitis relativos al hambre “con pintura para exteriores tipo A en la autopista y con latas Montana en la calle”, como afirmó Forastero LPA, quien agregó: “Es como cuando estás en la ventana de tu casa en Petare y ves cómo desde las quintas y apartamentos la gente suena cacerolas”. Andamio hizo idéntica precisión: “Son materiales caros, los colores, la calidad”.

Luego está, por supuesto, el lugar donde fueron hechos. Explicó Kalaka: “El grafiti es una disciplina estética y performativa al mismo tiempo. No es solo hacer las letras, sino dónde lo haces y por qué lo haces, cómo revientas las normas y los límites urbanos, pintando las letras en los points más prohibidos”. En el origen del grafiti está la voluntad de “marcar territorio”, dijo Forastero LPA, “tapando publicidades, rayando centros comerciales, bombardeando las calles de pintura”. Continuó Kalaka: “El grafiti nace de los márgenes para hacerse ver. Como decir: Yo soy tal, estoy acá, te las pinto visibles, muy visibles, pero al mismo tiempo intrincadas e ilegibles. Que no es el caso, porque acá estos quieren que se lea bien”.

Kalaka apuntó a la imagen número once y comentó: “Para hacer esa pieza necesitas tiempo, esto es, permiso público para realizarla o tolerancia pública. Si estás en resistencia, en una dictadura, ¿cómo carajos te mandas una pieza que te tomará un buen rato hacer?”. El mismo comentario cabe para las imágenes uno y diez.

En general, estos grafitis “están hechos deliberadamente para que parezca vandálico”, como algo hecho por “un movimiento activo de chamos rebelándose”, afirmó Kalaka. “El vandalismo teatral que arman está enmarcado en toda la perfomance de la resistencia”, pero que es realmente “parodia de la resistencia”. Son muchachos que “pintan relajaditos en los barrios-bien unas letras rápidas para hacer el show de que están pintando furtivamente”.

Andamio y Kalaka coincidieron en que varios de esos grafitis pueden haber sido hechos por la misma persona. “Hay una caligrafía allí”, dijo Kalaka. Andamio se detuvo en varios de ellos (las imágenes uno, tres, cuatro, siete, etc.), y me sugirió que observara con detenimiento una u otra letra: “Tienen la misma proporción, las mismas curvas, casi que la misma separación e inclinación”. Estos detalles son importantes, me explicaron, porque dan cuenta de que ni son piezas espontáneas, ni mucho menos se trata de un movimiento numeroso. Puede tratarse, inclusive, de un pequeño grupo que incluye a “chamos de sectores populares haciéndoles el coro a los del este”, que son “patrocinados con los mejores materiales”, que hacen sus grafitis en el lado acomodado de la ciudad, “pero ni de vaina lo hacen para acá para el centro”.

Con todo, estos grafitis cumplen su función: como ya apuntaba Kalaka, quienes los hacen quieren que se lean bien. Y se leen muy bien: la mayoría de estas imágenes acompañan notas de prensa de agencias internacionales de noticias que “describen” la situación de “crisis humanitaria” en Venezuela. Pero además, contribuyen a proyectar la imagen de que el protagonista de la “protesta” es un sujeto cosmopolita, que le habla a un público igualmente cosmopolita, al que clama por su atención y solidaridad. En palabras de Kalaka: “Lo mismo que los estudiantes, si los grafiteros, eternos fugitivos, están en contra de la tiranía, debe ser entonces cierto que hay una resistencia”.

III.-
De paso por Caracas a finales de octubre, y siguiendo a Frantz Fanon, Ramón Grosfóguel señalaba los límites de lo que llamó la izquierda occidentalizada en la zona del ser, incapaz de entender siquiera los problemas de los pueblos que viven en la zona del no-ser. No es una cuestión menor: en efecto, el chavismo es la subjetivación del pueblo que habita la zona del no-ser, y de allí la dificultad de la izquierda occidentalizada para comprenderle, dentro y fuera de Venezuela. Eso explica por qué resulta tan difícil para quienes nos hemos formado en la cultura política de izquierda, dejar de ver al chavismo como un sujeto que debe ser dirigido “desde afuera”.

Pero en el caso de estos grafitis estamos frente a otra cosa: es lo que sucede cuando la derecha intenta hacer política como si realmente conociera y padeciera los problemas vividos en la zona del no-ser. Decía Kalaka: “Creo que lo interesante es cómo usan las herramientas estéticas y performativas de sus enemigos naturales para pasar por ellos. Te haces pasar por aquel al que desprecias para quedar como el bueno. Es la misma estrategia de la gorrita [tricolor] o Alí Primera en los mítines de Capriles”.

Si se observa detenidamente, en la imagen catorce puede leerse, arriba y a la derecha, la palabra compuesta: “Esclapvitud”, que por supuesto hace referencia a los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), pero sobre todo a esa parte de la sociedad venezolana que habría renunciado a su libertad a cambio de unos pocos alimentos de primera necesidad vendidos por el Gobierno nacional a precio regulado. Esta imagen del pueblo venezolano, profundamente arraigada en el antichavista promedio, resulta tan o más chocante que aquella otra imagen de los privilegiados o, en el mejor de los casos, de los menos afectados por la situación económica, manifestándose violentamente porque tienen hambre.

Este dato, inaprehensible para los expertos, inaccesible para lo que Carola Chávez llama la “gente decente y pensante” de este país, es lo que les permitiría entender por qué tanta gente sigue identificándose mayoritariamente con el chavismo, con todo y su contingente de políticos clientelares que, ciertamente, no conciben otra forma de hacer política si no es tomándose la foto mientras entregan las cajas del CLAP. De estos últimos estamos francamente hartos. Pero estos no son ni la sombra de aquellos. Peor aún: aquellos son la sombra de lo que alguna vez fueron.

Una frase de Kalaka retrata, me parece, el estado de ánimo de lo más lúcido y genuino del chavismo, ese que será capaz de vencer las dificultades del presente: mientras algunos se dedican al “vandalismo gráfico en los espacios pudientes, privilegiados, nosotros en los barrios estamos haciendo obras de arte”.

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Publicado originalmente en Supuesto Negado, el 4 de noviembre de 2017, bajo el título: «Grafitear el hambre con el estómago lleno«.

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