Crónicas oficinescas: Silencio

Publicado en Épale CCS número 208.

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El tipo tenía tiempo persiguiéndome. Al principio, al cruzarnos en eventos públicos, no pasábamos de sostener conversaciones de ocasión: breves e intrascendentes. Luego comenzó a dejarme mensajes en el teléfono, casi siempre solicitándome una reunión. Si dejaba de responderle, me escribía entonces lamentando mi falta de atención: “No quieres ser mi amigo”. Hasta me felicitó el día de mi cumpleaños.

En algún punto se hizo costumbre, incluso, que se apareciera de improvisto en actividades organizadas por el ministerio: llegaba, procuraba estar presente y a tiro de cámara en el momento de las declaraciones televisivas, y se marchaba inmediatamente después.

Con todo, el tipo me caía bien. O mejor dicho, le daba el beneficio de la duda. Su proceder era dudoso, pero no tenía las mañas de los politiqueros de oficio, a quienes rechazo de plano. Su desfachatez me producía algo parecido a la curiosidad. Sabía que en algún momento despejaría la incógnita.

El momento llegó: al término de alguna actividad nos reunimos. Me agradeció de entrada, celebró la oportunidad, y sin que pudiera advertirlo me encontraba escuchando una larga exposición sobre todo lo que había significado hacer público su apoyo a la revolución: el odio, la intolerancia, la vulnerabilidad de su familia. Pero nada de eso importaba: los principios estaban primero.

Acto seguido, me habló de los negocios que manejaba, los puso al servicio del ministerio y dejó deslizar, como quien no quiere la cosa, con la más absoluta naturalidad, la oferta: “Tú te quedas con tu comisión, diez, veinte por ciento”.

Se hizo el silencio.

Continuó hablando, pero no pude escuchar nada más. Tal vez hice algún tímido ademán en señal de rechazo, tal vez lo interrumpí, no recuerdo. Sentí vergüenza ajena. Lo traté con alguna condescendencia. Lo que sí recuerdo es no haber estado sentado en aquel lugar mucho tiempo más.

No sé qué es de su vida, pero alguien me contó que está al frente de alguna institución pública.

No puedo dar fe de ello y no quise comprobarlo.

Tú sabes: la gente habla mucho. Habla, habla y habla y chismorrea y ataca directo a la integridad de las personas y al final es difícil saber qué es verdad y qué es mentira.

Prefiero no hablar. Prefiero el silencio.

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