Publicado en Épale CCS número 191.
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Una mañana de mayo, una amiga se dirige a la Facultad de Humanidades de la Universidad Central de Venezuela. Quiere retomar sus estudios de posgrado.
– Buenos días. Quisiera saber cuáles son las fechas de las inscripciones.
– Las inscripciones están suspendidas hasta nuevo aviso. Estamos en paro – responde la Coordinadora Académica.
– ¿Y hasta cuándo van a estar en paro?
– Hasta que alguien mate al Presidente de este país – dice en voz baja. Mi amiga se le acerca. No lo puede creer. Le pregunta:
– ¿Cómo?
– Hasta que alguien me acompañe a matar al Presidente de este país – insiste, casi susurrando, sin levantar la mirada.
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Una mañana de agosto, una amiga se llega hasta el mercadito de los gochos, en Parque Central. Escoge las respectivas hortalizas y frutas, y se dispone a hacer la cola para pagar. Una señora de cincuenta y tantos, que también hace la cola, acompañada de su nieta, conversa animadamente con otra señora de edad similar. Es jubilada de la Compañía Anónima Nacional Teléfonos de Venezuela.
– Porque este país se ha convertido en una cola permanente, para todo hay que hacer colas – dice la abuela.
– Así es, esto es insoportable.
– Insostenible. Ese tipo, Maduro, de verdad lo que provoca es matarlo. ¡Yo misma lo mataría!
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¿Alguna vez usted ha sido testigo involuntario de una de estas demostraciones de odio?
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Pueden esgrimirse miles de nuevos motivos. Pero nada ha cambiado. Es la misma sed de muerte que se manifiesta desde 1998, algo que sólo puede desconocerse haciendo un cínico ejercicio de desmemoria.
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No presumimos de pureza: en estas tierras no habrá paz hasta tanto no sean derrotados los criminales que cometen sus fechorías en nombre de la revolución. Pero ¿qué decir de quienes pretenden librarse de toda responsabilidad, de toda atadura, justificando su odio profundo a la revolución, al pueblo que la protagoniza (los Presidentes no son más que pretextos), alegando actuar en defensa propia? Odio criminal, que deshumaniza en primer lugar al que lo profesa, y que es la forma que asume la peor de las violencias.