Sentido de los comunes: Diluir el odio

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1. Nunca se insistirá lo suficiente en el hecho clave de que la guerra económica apunta a destruir la sociabilidad construida por la revolución bolivariana. Una sociabilidad que es hechura popular, fundada en la recuperación de la dignidad, en la solidaridad y en el deseo de transformar la propia realidad.

2. Comprender el conjunto de condiciones de diversa índole que le han hecho posible, asumir que existe tal cosa como una sociabilidad construida popularmente durante la revolución bolivariana, exige de parte importante de la sociedad venezolana, y fundamentalmente de su clase media, abandonar su proverbial narcisismo, su profunda incultura política. Exige asimilar que para la mayoría de la sociedad venezolana, los años que siguieron a la primera victoria electoral de Chávez fueron los mejores de sus vidas. Irónicamente, esto sigue resultando inconcebible para buena parte de una clase media que, durante el mismo período, vio mejorar sus condiciones materiales de manera significativa.

3. Este último dato da cuenta de la relación entre pasiones políticas y constitución de subjetividades antes y durante la revolución bolivariana: el sujeto chavista se constituyó a partir de, y al mismo tiempo produjo, profundas transformaciones en el campo cultural o, si se quiere, inmaterial. Sentadas las bases de una nueva cultura política, se dispuso a transformar sus condiciones materiales de existencia. El antichavismo desconoce, o simplemente es incapaz de comprender este proceso de constitución de subjetividad, y la irrupción del sujeto popular es interpretada como una amenaza a su forma de vida, no importa si sus condiciones materiales mejoran. Desconocimiento, incomprensión y percepción de estar bajo amenaza son determinantes en el proceso de subjetivación del antichavismo.

4. Para la generación que vio emerger al chavismo como sujeto amenazante, peligroso, el mundo de lo popular era ya, de por sí, un mundo absolutamente ajeno, extraño, una referencia lejana. Una realidad de la que muchos habían logrado escapar, “ascendiendo” socialmente. Un mundo representado de manera grotesca, caricaturesca, en el cine y en la televisión, en la literatura, en la prensa. Una realidad de la que se sabía poco o nada. El “submundo” que salió quién sabe de dónde el 27F de 1989, pero que con la misma había vuelto a desaparecer. Ese más allá inaccesible, ese lugar vedado a la mirada, si la intención era vivir en la ficción de una conciencia tranquila y conciliar el sueño sin remordimientos.

5. Para una clase habituada, en Venezuela y en todas partes, a creerse el centro del universo, la sola existencia de un sujeto político popular, protagonista de una épica democrática y revolucionaria, dispuesto a hacer todo lo que ella fue incapaz de iniciar, le resultó siempre algo inaceptable.

6. Visto lo anterior, se entiende por qué el antichavista promedio es tan aficionado a la “política boba” como el peor de los oficialistas: para el primero, es vital creer que cualquier chavista es un Alejandro Andrade encubierto o en potencia, un irracional, un violento o simplemente un ignorante; para el segundo, cualquier antichavista es un Henry Ramos Allup encubierto o en potencia, un guarimbero o simplemente un traidor a la patria. Para ambos, no existe más política que la de los políticos, en su sentido más tradicional, y tal cual estos últimos, sólo son capaces de hacer ejercicio de la política de manera cínica, con arreglo a intereses individuales o de grupos, de espaldas a la voluntad de los comunes. Lo mismo pactan en secreto que buscan aniquilarse. Pero más allá de todas estas coincidencias, tal vez la más importante sea su desconocimiento de la política de los de abajo.

7. A esta política de los de abajo o de los comunes se le desconoce tanto en el sentido de que se le ignora deliberadamente, como en el sentido de que ni siquiera se sabe de su existencia. Esto último es lo que pretende cierto antichavismo que se ubica más allá del bien y del mal, y desde ese no-lugar la emprende contra “el poder”, así, en abstracto, mientras insiste en que la guerra económica es una argucia propagandística. Eso sí, a la oligarquía ni con el pétalo de un rosa.

8. Aquí abajo, donde se ejerce la política de los comunes, debemos lidiar con todas las miserias de este sistema putrefacto, con toda su violencia; con los estragos que produce el modelo capitalista rentístico, en crisis terminal desde finales de los años 70; con los efectos más perniciosos de la “política boba”, que nos distrae de lo fundamental y nos inmoviliza. Y sin embargo, seguimos trabajando para construir espacios para conjurar el odio.

9. Tan claro tenemos cuál es nuestro enemigo, que sabemos muy bien que no es nuestro vecino o cualquiera que piense diferente. Lo hemos sabido siempre, y por eso hemos procurado evitar no el conflicto, sino la guerra. Por eso, en cada coyuntura, sin excepción, hemos apostado por la política. Nuestro desafío sigue siendo construir un nosotros amplio, diverso, plural, un espacio en el que podamos disputar de igual a igual con nuestros adversarios.

10. Pero la guerra se nos impone, como si de una fatalidad se tratara. Una guerra que, para lograr los objetivos que persigue, es fundamentalmente incruenta, al menos hasta ahora. Una guerra que suscita el quiebre de la sociabilidad que construyó el chavismo, para que la dignidad popular dé paso a la indignidad del humillado, para que la solidaridad dé paso a la brutal competencia, para que la resignación se imponga sobre el deseo de cambio revolucionario. Entonces, si el cálculo de los cínicos así lo ordenara, la guerra más cruenta.

11. Por eso, más recientemente, el ataque tan despiadado contra los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), cuya creación constituye, sin duda, la decisión política más audaz tomada por Nicolás Maduro en los últimos tiempos. Forzado por las circunstancias, dado el colapso de la red pública de distribución, corrompida hasta los tuétanos, y con la red privada de distribución bajo el control casi absoluto de las fuerzas económicas que conspiran contra la democracia venezolana, el Presidente apeló a la organización popular procurando garantizar, progresivamente, la distribución de un mínimo de productos de primera necesidad, cuya adquisición supondría más privaciones o humillaciones, cuando no sería sencillamente imposible.

12. Pero más allá del asunto puntual y decisivo, al mismo tiempo, de la distribución de alimentos, los CLAP constituyen una iniciativa orientada a diluir el odio: su organización previene contra la pasividad, promueve el trabajo territorial, está dirigida a todos por igual, sin distinción de posición política, como todas las políticas del gobierno bolivariano; permite evitar, al menos parcialmente, las penurias y los riesgos asociados a las interminables colas. Obviamente, un instrumento tan potente también convoca a los nefastos personajes de siempre, que aprovechan la circunstancia para pasar factura ni siquiera a los antichavistas, sino a chavistas con los que tienen diferencias; para tomarse la foto y luego seguir haciendo más de lo mismo: nada; para poner el instrumento al servicio de intereses clientelares; para robar. Pero allí donde proceden como corresponde, el resultado es satisfacción, seguridad, tranquilidad, y lo más importante: confianza recobrada en la fuerza popular.

13. Los CLAP no serán la solución a todos nuestros problemas, ni está planteado que así sea. Pero van en el camino correcto. Más importante aún, es muy probable que representen la última posibilidad de dirimir el conflicto por la vía política. El antichavismo mayoritario, ese que, por ejemplo, estuvo en desacuerdo con la guarimba, tendría que ser capaz de entender que su clase política optó, casi por completo, por abandonar la vía electoral. Pudiendo derrotar al gobierno bolivariano a través del voto, optó por la derrota de la política. El desafío que tenemos por delante todos los venezolanos, unos y otros, es nada menos que derrotar el odio.

Una respuesta a “Sentido de los comunes: Diluir el odio”

  1. He allí, una de las razones que inciden en la situación de turbulencia y confrontación que esta presente en el clima político de la Venezuela actual.
    La consolidación de una democracia expansiva en Venezuela, ha de ser el resultado de articulaciones entre principios políticos, (libertad, igualdad, justicia, inclusión, participación). Se hace necesario vertebrar su cultura con su política. Esta relación no es de fácil construcción.
    Las tradiciones populares son vistas por el racionalismo político como antiguallas para la modernización. Sin embargo, el mundo rural, urbano, el sincretismo religioso, la diversidad indígena, el lenguaje popular, el mestizaje y demás, son fuerzas decisivas en el presente, que pueden proporcionar las creencias que las libertades políticas deben proteger. Es en este marco seria posible concebir la preterida democracia, no como una abstracción, sino como un componente vital en la vida de los venezolanos. Sólo así, la política se articularía al entreverado de tradiciones, costumbres y creencias que proporcionan singularidad a nuestro pueblo. Democrático ha de ser el lenguaje que permita dotar de amplificadores a nuestra diversidad de voces. La sociedad no es homogénea, especialmente en sus sectores más débiles, es diversa, sabe, siente, intuye, comprende e interpreta desde múltiples referencias criticas, pero también ha sido expropiada de las voces de impugnación, de sus medios de expresión y de diversas herramientas que permitan colocar la luchas en condiciones de mayor igualdad, contra el sentido común dominante, contra los discursos hegemónicos.

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