¿Usted es de los que militó alguna vez en el chavismo, pero se entusiasma al ver que ha iniciado el proceso que, eventualmente, podría significar la revocatoria del mandato de Maduro?
Usted no está solo. Pero es muy importante que sepa de quién está acompañado.
En su libro El “lenguaje al revés”, la antropóloga Jacqueline Clarac cuenta la historia de una singular indagación que realizó en el año 2003. El universo: más de tres mil encuestados. A quienes se oponían a la revolución bolivariana, preguntó: “¿Por qué no quiere a Chávez?”. A quienes le apoyaban, preguntó: “¿Por qué quiere a Chávez?”.
Luego de enumerar las respuestas más frecuentes y representativas de lado y lado, Clarac concluye: “Al comparar los dos bloques de respuestas, nos podemos dar cuenta inmediatamente que las del primer bloque son todas regidas por emociones viscerales: odio, racismo, rencor, agresividad, actitud de exclusión, mientras que el segundo bloque, aunque presenta también algunas respuestas emotivas (sobre todo en las que se expresa admiración por la belleza del Presidente, y/o amor por él, que son respuestas más que todo de algunas mujeres), la mayoría son razonadas, buscan un motivo para explicar su aceptación del proceso, sin odio por los que les hicieron tanto daño (a través de los siglos hasta ahora), además de expresar a menudo gran alegría”.
Clarac iba más lejos: “… la ignorancia generalizada del venezolano… acerca de la formación de su propia sociedad, los estereotipos racistas, los problemas de identidad cultural, la vergüenza étnica y la vergüenza cultural, la alienación cultural, nos hemos podido dar cuenta con el actual proceso de cambio que están mucho más presentes estos problemas identitarios en la clase media y la clase dominante que en la clase marginada”. Respecto de esta última, agregaba: “sin embargo, tenían antes, de todos modos, un problema: el de la subautoestima, la autodevalorización inducida porque no tenían educación formal, por bajo estrato socioeconómico, por su bajo poder adquisitivo, por la dominación que sufrían de algún sector, por su no participación real en la vida sociopolítica del país… Esta subautoestima está empezando a desaparecer ahora…”.
Lo fundamental de la base social de apoyo a la revolución bolivariana se amalgamó a partir de la alegría popular por la dignidad redescubierta. En contraste, la oligarquía venezolana atizó y capitalizó aquel odio y demás “emociones viscerales” de las clases media y alta, su ignorancia y sus prejuicios, para hacerse de su base social de apoyo.
Si algo ha procurado la oligarquía venezolana con su brutal ataque a la economía nacional, que se ha manifestado con inusitada virulencia a partir de 2015, es romper los vínculos sociales forjados por el chavismo.
Valiéndose de los errores, omisiones y complicidades de parte del funcionariado y de la clase política, de su alianza estrecha con la “nueva clase” surgida al amparo de la revolución bolivariana, la derecha venezolana ha comenzado a cobrarle al pueblo venezolano por haberse atrevido a creer en sí mismo. Le está cobrando con creces su alegría de todos estos años. Allí donde persisten, de manera terca, la solidaridad y el espíritu de colaboración, la derecha estimula el individualismo y la brutal competencia.
Ciertamente, parte importante del chavismo no ha renunciado a la idea misma de horizonte, no ha caído en la trampa de poner en duda su propia fuerza. Pero existe, necesario es reconocerlo, una porción de chavismo que sucumbió al chantaje del callejón sin salida.
La oligarquía celebra esta circunstancia como jamás lo hizo. Mientras tanto, hace las veces de fuerza democrática que lucha heroicamente contra un puñado de corruptos y “boliburgueses”, como le encanta repetir.
El detalle es que esta oligarquía que, por primera vez en mucho tiempo, se asoma como opción de poder, nunca fue capaz de superar sus odios y prejuicios. Todo lo contrario, se organizó y movilizó a partir de ellos. Su gran “victoria”, y tal vez esto dé cuenta del signo de los tiempos, radica en haber encontrado la forma de hacerle la vida miserable al pueblo venezolano. A tal punto miserable, que una parte de los que ayer recuperaban, hermosos y gozosos, su dignidad, hoy renuncian a ella bajo el imperativo del “no hay alternativa”.
El “cambio” que hoy propone la oligarquía venezolana es heredero directo de un eslogan que se popularizó en Inglaterra durante los años 80, bajo el mandato de Margaret Thatcher (1979-1990): “No hay alternativa” (There is no alternative). Lo que ella nos dice es que tiene que haber “cambio” en Venezuela porque no hay alternativa al neoliberalismo.
Si usted se descubre apoyando, con entusiasmo incluso, cualquier iniciativa de la derecha venezolana, piénselo dos veces. Y hasta más, si es necesario. Si el caso es que usted dejó de creer en la invencibilidad de un pueblo unido, recuerde que es mejor estar solo que mal acompañado.
Dadas las circunstancias, nada más optar por la soledad ya es una importante victoria. Tal vez entonces recuerde, mientras dialoga consigo mismo, que nuestra opción más digna como pueblo sigue siendo dar la pelea por radicalizar la democracia bolivariana.