(Publicado en Épale CCS número 178).
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Parque Central. Viernes 10 am. Ainhoa tiene fiebre otra vez. Salimos. En el pasillo siempre es una carrera a ver quién llega primero. Esta vez, Ainhoa me pide que caminemos lento. La cargo para que pise el botón del ascensor. La bajo. Se recuesta de la pared y me paro al lado de ella. Le acaricio la cabeza con la mano izquierda.
Llega el ascensor. Un muchacho de veintitantos años va de salida, bloqueándome la entrada. Lleva unos papeles en la mano. También lleva puesto demasiado perfume. De inmediato me dice que el ascensor no está en uso. Que espere otro. Dos muchachas de edad similar, tal vez más jóvenes, permanecen dentro del ascensor. Están uniformados: pantalón azul y franela roja. Son funcionarios de Corpocapital.
– ¿Y entonces?
– Es que estamos entregando estos papeles. Pero esto es rapidito. Y los otros dos ascensores están funcionando.
Comienza a meter los papeles buzón por buzón. Quince apartamentos.
– Hermano, mientras ustedes tienen el ascensor parado aquí, yo no puedo llamar los otros.
–
Las muchachas fingen mantenerse completamente ajenas al diálogo.
– Igual tendría que esperar, porque marcamos todos los pisos – me responde el muchacho.
– Pero es que ustedes no pueden hacer las cosas así, a esta hora.
– …
– ¿Y si cualquier persona tiene una emergencia?
– …
– Hermano, ustedes no pueden inutilizar un ascensor así. Cualquier persona puede tener una emergencia.
Termina de meter el último papel. Entra al ascensor. Justo cuando la puerta empieza a cerrarse, me responde en voz baja, dándome la espalda, como hablándole a las muchachas:
– Para nosotros entregar estos papeles es una emergencia.
Piso el botón del ascensor, intentando evitar que se cierre. Es inútil. El viento sopla y bate la puerta de vidrio que da hacia las escaleras, pero no logra llevarse el olor a perfume.
– ¿Qué fue eso? – me pregunta Ainhoa.
– El viento.
– ¿Por qué se fue el ascensor?
– No te preocupes, mi amor. Ya va a llegar el otro.
Se siente mal. Me pide que la cargue. Esperamos unos quince minutos.
Por fin, llega otro de los ascensores. Bajamos. En el nivel Lecuna nos espera una cola enorme. Era mentira que estaban funcionando todos los ascensores.
Sigo mi camino, con Ainhoa recostada de mi hombro derecho, pensando en el significado de la palabra emergencia para estos muchachos que van por la vida perfumaditos, vestidos de impecable rojo, dándole la espalda a los reclamos, sin haber entendido nada de nada. Exhibiendo su ignorancia como si fuera una gracia, casi con orgullo, justo cuando nos lo estamos jugando todo.
bueno mi Reinaldo, lastimosamente eso es lo que mi revolucion ha contratado,personas sin ideologia, ni respecto por el projimo. solo porque es bonita o amigo de alguien, cuando tenemos personas que han dado tanto a esta revolucion y no los tomas en cuenta para ningun puesto… Dios nos agarre confesao… amigo. que tengas buen dia.