Este martes participé en una reunión particularmente gratificante. Eran alrededor de treinta muchachos y muchachas, la mayoría de los cuales no supera los treinta años. Talentosos, irreverentes, desprejuiciados. Discutimos largo y con franqueza. Muy poco ego, muchas ideas, como tendrían que ser los espacios donde se recrea la nueva política. En confianza, sin mucho cálculo y sin que mediaran intereses subalternos. Los habíamos convocado en su condición de intelectuales, medio en serio, medio en broma, a sabiendas de que casi ninguno se asume como tal. Era poco más que un pretexto para juntarnos, hablarnos, escucharnos. Por necesidad y apostándole al azar. Sin agenda, pero con deseos de pensar sobre algunos de los asuntos medulares de esta revolución: la economía, la Comuna, la cultura, la identidad, el chavismo, la juventud, el territorio.
Ayer era una treintena, pero son muchos más. Los veo en todas partes. Somos muchos más de lo que creemos y parece que no terminamos de darnos cuenta. Tenemos que realinear fuerzas, muchachos y muchachas, y plantarles cara a esos que Augusto Mijares llamaba «sembradores de cenizas», esa triste especie que practica el «funesto hábito de blasfemar contra la patria o cubrirnos de cenizas y de lamentaciones».
A ustedes dedico estas palabras del mismo Mijares que entonces amenacé con leerles: «Mucho se ha insistido en sistematizar lo que de ingrato y deprimente tienen nuestros anales; me he propuesto luchar con igual insistencia contra la imagen caricaturesca que así se ha hecho del carácter nacional. El empeño de humillarnos y ofendernos… se ha convertido en un alarde de buen tono; es un signo de distinción y permite levantar cátedra magistral; aceptamos ingenuamente que el venezolano que reniega de los venezolanos está por encima de todos, como un paradigma de capacidad y honradez. Más grave aún: compatriotas sinceros, capaces e indudablemente bien intencionados, se han dejado contagiar por el hábito funesto. Y no admiten siquiera que, así como ellos mismos son un mentís a esa concepción pesimista del carácter nacional, falta quizá por descubrir centenares y millares de iguales venezolanos que… podrían servir como un núcleo renovador de influencia incalculable».
A ustedes convoco. Convoquen ustedes.