Comunicación y revolución: el día después

Por: Etten Carvallo.

Tal vez sea oportuno agregar algunos comentarios a propósito del foro Comunicación y revolución. Desafíos de la nueva etapa. Retomar, volver sobre los aspectos centrales, replantearnos nuevas preguntas, ensayar algunas respuestas.

En ocasiones es mejor dejar que las aguas se asienten para volverlas a agitar. Nadie se acuerda de las tormentas de un día.

Sin duda alguna existe mucha expectativa en torno a posibles cambios en la pantalla de nuestros medios públicos. Hay una demanda de cambio. Se puede discutir sobre la orientación que habrá de tener, lo que no puede hacerse es desconocer tal aspiración colectiva.

Al respecto, es necesario tomar algunas previsiones: la programación, eso que se llama la pantalla, sólo es importante como punto en la agenda en la medida en que expresa una manera de concebir lo comunicacional, que a fin de cuentas es una manera de entender la política. Es allí a donde hay que apuntar.

No perdamos el foco: no se trata de que ignoremos lo que se dice, muestra y oculta en los medios antichavistas, y así lo planteé expresamente en mi intervención. Se trata, una vez más, de saber administrar nuestros esfuerzos, y de revisar lo que decimos, mostramos y ocultamos nosotros mismos.

Ya que hablamos de ocultar, encaremos el problema: de la misma forma que se puede seguir la huella de un proceso de burocratización de la política, que se expresó en la imposición de la lógica del partido-maquinaria y la entronización de la figura del representante, puede identificarse una clara tendencia a la entronización de la figura del explicador, suerte de correlato comunicacional del extravío que se ha producido en el campo político.

El problema con ambos, representante y explicador, es que terminan promoviendo la pasividad: el primero porque pretende hacer profesión de hablar por los otros; el segundo porque pretende pensar por los otros. La cuestión es, claro está: ¿y los otros no hablan, no piensan?

El detalle es que cuando hablamos aquí de unos «otros» no nos estamos refiriendo a una entelequia, sino al pueblo chavista, nada más y nada menos. Si bien puede ser cierto que una porción minoritaria exige que otros hablen y piensen por ella, que alguien haga el trabajo de desenmascarar a la «canalla», no es menos cierto que el chavismo ya derrotó más de una vez a la misma «canalla», cuando los representantes brillaban por su ausencia y los explicadores ni siquiera soñaban con aparecer.

La comunicación en tiempos de revolución tendría que poner el acento en lo que dice y piensa el pueblo chavista, lo que por cierto vale para la política en general. En lugar de encorsetar al chavismo, lo que equivale a restarle potencia al proceso bolivariano, tendríamos que comenzar por poner en su lugar a representantes y explicadores, que han venido asumiendo un protagonismo que no les corresponde.

Dicho lo anterior, y vistas algunas reacciones, es preciso insistir: aquí lo que está en discusión es muchísimo más que un par de programas: La hojilla o Cayendo y corriendo. De nuevo, la programación de VTV, toda ella y no sólo un par de programas, es objeto de discusión sólo en la medida en que expresa una manera de concebir la comunicación.

Pero no todo es VTV: está la programación del resto de las televisoras públicas, de las radios, los medios impresos, los medios alternativos o comunitarios, etc. Además, cabe la reflexión que hacía el mismo Ernesto Villegas durante el foro: ¿acaso lo comunicacional se agota en lo mediático?

¿Cómo es que un campo de discusión tan vasto, que supone desafíos inmensos, termina reducido a una polémica estéril sobre el eventual destino de un par de programas? ¿Cómo es que alguna gente llega a estar convencida de que el destino de la revolución está ligado al destino de estos programas?

La buena noticia es que siguen siendo menos los que razonan de esta manera. La mala noticia es que los mismos que han interpretado mi intervención en el foro como un ataque artero contra un par de programas, han vuelto a recurrir al lenguaje policial: «quinta columna», «traidor».

Pero no importa tanto quién es el destinatario de tales agresiones y mi intención no es sumarle drama a una historia que para algunos es un culebrón. Lo preocupante es que lleguemos al punto de considerarlas normales. En todo caso, su recurrencia da cuenta de la instalación de un chavismo profundamente conservador, minoritario pero ruidoso, y que es necesario mantener a raya.

Mucho ruido y pocas nueces. ¿A qué viene tanto escándalo, tanta tribulación de ánimo? ¿Acaso se vino abajo la revolución bolivariana porque el comandante Chávez dejó de realizar el Aló, Presidente?

No será la primera vez que el tamaño de nuestras derivas guarde relación directa con el tamaño de nuestros egos. Tal vez tampoco sea la última. Pero si así fuera, eso sí sería revolucionario.

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