De guiones, planes y soluciones


«Estamos trayendo la gasolina de afuera». 

No lo dijo nadie hace diez años. La frase la dejó deslizar el ex gobernador Capriles durante un discurso en el estado Portuguesa, el jueves 16 de agosto de 2012.

Es decir, hace apenas cuatro días.

Ella dice mucho de la naturaleza de la campaña electoral que está desplegando el candidato de la oligarquía.

Podríamos comenzar indagando en las condiciones que han hecho posible que un candidato mienta de manera tan deliberada, y que la mentira aparezca ya ni siquiera como un desliz, como un lamentable error que habría de corregirse, sino como un signo de audacia.

La mentira como virtud.

Algo así sólo ha podido suceder gracias al nada desinteresado aporte de la maquinaria propagandística opositora, según la cual los problemas de gestión son realmente problemas, única y exclusivamente si se trata de la gestión de algún chavista, y jamás aplica para aquellos casos en que los cargos electos por voluntad popular son ocupados por valerosos y entusiastas militantes del antichavismo, que es casi como decir «de la Unidad», aunque la pelea interna sea a cuchillo.

Así, mientras en el campo popular y revolucionario damos rienda suelta a un intenso debate sobre la necesidad de promover el control popular de la gestión de gobierno, comenzando por la gestión del gobierno nacional, y mientras el mismo comandante Chávez subraya la importancia no sólo del protagonismo y la participación, sino de la interpelación popular, en medios opositores no tiene ninguna cabida la crítica de los gobiernos municipales y estadales bajo control del antichavismo.

Según la lógica que mueve y promueve la maquinaria propagandística opositora, cualquiera podría deducir que allí donde gobierna el antichavismo se vive en un mar de felicidad. Sin embargo, cosa curiosa: lo que esta maquinaria nos cuenta es que vivimos en un país de catástrofe.

La inmensa mayoría de los medios de todo tipo (impresos, audiovisuales, electrónicos…) existentes en este país nos repiten día tras día que todo aquel que se oponga a Chávez está exento de cometer algún error, y cualquier problema, desde el más pequeño al más calamitoso, debe ser responsabilidad de algún funcionario chavista.

O del mismo Chávez, para simplificar trámites.

Lo que pretende la maquinaria propagandística opositora es ahorrarnos el trabajo de pensar, de discernir. Si algunos rezamos para que nuestro Dios nos libre de todo mal, los medios antichavistas nos ofrecen librarnos de toda responsabilidad: si usted elige ser antichavista, no sólo se convierte en un valeroso y heroico ciudadano que lucha contra el tirano Chávez y los incompetentes y ladrones que lo acompañan; además queda exento de toda responsabilidad. Sólo el antichavismo os hará libres. Votar por Chávez es cosa de esclavos.

Eso explica el fenómeno de la aparición de algunos «testimonios» que, bajo la forma de comentarios, pueden leerse en algunos sitios noticiosos en la Internet: alguien decide «confesar» que alguna vez cometió el pecado de votar por Chávez y luego expresa su propósito de enmienda. Sólo la verdad os hará libres. Votar por Chávez es cosa de infieles y pecadores.

No importa si en el camino recién descubierto se dicen una, diez o mil mentiras. Después de todo, Dios actúa de formas misteriosas.

El ex gobernador Capriles dice que «estamos trayendo la gasolina de afuera» y no importa si la afirmación es ridículamente falsa, una ofensa a la inteligencia. La cuestión es que tenemos a un rico de cuna que es llorón y a una mamá que lo pellizca.

Si Capriles tiene licencia para mentir impunemente es porque está apoyado por una maquinaria propagandística que alienta la impunidad. El candidato de la oligarquía está exento de toda responsabilidad y no tiene por qué rendir cuentas a nadie porque la oligarquía nunca rindió cuentas a nadie.

Eso sí, el ex gobernador Capriles no tiene licencia para salirse del guión. No hay que olvidar que Capriles, la persona, es alguien que debe actuar un papel. Se trata realmente de un personaje, de un muñeco de ventrílocuo que actúa de acuerdo a los intereses de una clase. Por eso, más que el personaje, y mucho más que Capriles la persona, lo que importa es el guión.

El guión que sigue el ex gobernador Capriles le indica que tiene que hablar de los «problemas concretos» de la población. Todo está perdido si no es capaz de conectarse con sus demandas y sus anhelos, con sus malestares y frustraciones.

Poco importa, y esto no es un dato menor, si la clase a la que pertenece Capriles nunca los ha padecido. Tampoco importa si como gobernador de Miranda no hizo nada, o hizo muy poco, para resolverlos. Lo suyo es hablar de «problemas concretos», atribuir toda la responsabilidad a Chávez y lavarse las manos.

El detalle está en que nunca habla de soluciones concretas para estos «problemas concretos», de manera que estos últimos terminan convertidos en una vulgar abstracción que legitima cualquier disparate, cualquier mentira. Como aquella de que «estamos trayendo la gasolina de afuera».

No es que la oligarquía no tenga un plan. Es que hasta es público. Y fue suscrito por Capriles. Si no se refiere a él, es porque es impresentable. Porque su carácter profundamente anti-popular. Porque está concebido para resolverle los problemas a la oligarquía.

En el fondo, lo que la campaña de la oligarquía persigue es que el pueblo venezolano desaprenda la lección más importante que nos ha legado esta revolución: que la solución de los problemas del pueblo sólo será obra del pueblo mismo.

El pueblo sólo tiene un candidato, y se llama Hugo Chávez.

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