Estar en campaña no tendría que significar hacer una pausa en el trabajo militante para dedicarse a lo «electoral», y asumir la tarea con una cierta resignación, derivada del hecho de que, después de todo, somos demasiado humanos y estamos movidos por las pasiones más bajas, por lo que no quedaría otra alternativa que prometer, embaucar y ensuciase las manos, como siempre se ha hecho.
Al contrario, estar encampañado es una oportunidad como pocas para revisar nuestra noción de militancia y evaluar hasta qué punto ella se corresponde con esa política «otra» que, convenzámonos de una vez, es urgente inventar y desplegar.
Entender, por ejemplo, que no tiene sentido alguno pretender que algo como la construcción del «hombre nuevo» (por citar una consigna muy socorrida) es una tarea que se acometerá con hombres y mujeres nuevos, y no con nosotros, los «viejos», es decir, con seres humanos de carne y hueso con una voluntad enorme para luchar y cambiar, pero que cargamos con los valores de la vieja sociedad.
En un hermoso texto de 1997, en el que indagaba sobre las «razones y pasiones militantes«, Daniel Bensaïd defendía la idea de que la militancia, eso que pudiera llamarse el «compromiso militante», tiene que ver tanto con la «adhesión a grandes ideas, como a esas fidelidades moleculares, esas mínimas relaciones de memoria y acción» asociadas a lo que algún militante polaco enunciaba como «lealtad hacia los desconocidos».
Militamos en la revolución bolivariana «por lealtad hacia los desconocidos».
Escribía Bensaïd: «Militar compromete un sentido de la responsabilidad hacia los desconocidos, sin eclipses ni intermitencias. Ahí estamos. No en el simple compromiso… En realidad, de eso se trata. No de casarse con tal causa o tal partido, sino de vivir una relación con el mundo sin reconciliación posible. El compromiso no es un despertar matinal después de una noche de rayos y truenos. Se llega a ser revolucionario por lógica del corazón y de la razón».
Militamos porque «este mundo es inaceptable. Por tanto hay que intentar cambiarlo, sin ninguna garantía de conseguirlo. Esto es lo primero».
Militamos porque no nos da la gana de renunciar a lo que hemos conquistado durante todos estos años, complementaríamos.
Se puede renunciar a esta «lógica del corazón y de la razón» por tres razones: «por mala fe, por resignación o por cinismo». Es fácil hacerlo en tiempos de campaña y repetir las prácticas de la vieja política y actuar como si todo se tratara de cuotas de poder y de cargos y de privilegios.
Pero siempre podemos reafirmar nuestra «lealtad hacia los desconocidos» que luchan por cambiar el mundo.