Comienza la campaña. Por una política realista

Por una política realista.

Hoy comienza la campaña electoral. Faltan noventa y siete días para las presidenciales. Como viene sucediendo desde 1998, vuelven a confrontarse dos proyectos históricos.

Cuando se ha instalado un proceso de cambios revolucionarios y las fuerzas que lo impulsan antagonizan con las fuerzas del pasado, no cabe hablar de continuismo, a menos que la intención sea falsificar la historia. En cada contienda decisoria, electoral o de calle, lo que está en juego es la continuidad de ese proceso o el retorno de las fuerzas del continuismo, de la vieja política.

Pero ningún proceso de cambios supone una ruptura definitiva con el pasado. Mucho de la vieja sociedad persiste, se niega a desaparecer, se aferra desesperadamente a las que considera sus tablas de salvación, y suele hacerlo con violencia. Sucede con frecuencia que los rasgos de la vieja sociedad están más presentes de lo deseable.

Reafirmar la vigencia del proceso de cambios bolivariano, garantizar su continuidad, dependerá en mucho de nuestra capacidad para practicar lo que Arturo Jauretche llamaba la «política realista«.

Habría que distinguir la «política realista» de la realpolitik, esa palabreja tan rumiada por el «político practicón» para legitimar sus severas limitaciones y su ausencia de escrúpulos. Tampoco es lo opuesto de la «política idealista».

Escribía Jauretche que «es frecuente el error de oponer la política realista a la política idealista, como una alternativa». Según planteaba, «el error proviene de confundir al político practicón con el realista, lo que es un absurdo, ya que el realismo consiste en la correcta interpretación de la realidad… Así, el político realista, es decir, sustancialmente el político, ni escapa al círculo de los hechos concretos por la tangente del sueño o de la imaginación, ni está tan atado al hecho concreto que se deja cerrar por el círculo de lo cotidiano al margen del futuro y el pasado, diferenciándose bien del practicón, que es un simple colector de votos o fuerzas materiales».

¿De qué está construida la realidad? Jauretche respondía: «de ayer y de mañana, de fines y de medios, de antecedentes y de consecuentes», y de esto «la importancia política del conocimiento de una historia auténtica; sin ella no es posible el conocimiento del presente, y el desconocimiento del presente lleva implícita la imposibilidad de calcular el futuro».

¿A qué propósito responde la falsificación de la historia? Al de «impedir, a través de la desfiguración del pasado, que… poseamos la técnica, la aptitud para concebir y realizar una política nacional… obligándonos a la alternativa de las abstracciones idealistas o la chapucería de los practicones».

Así resumía Jauretche su planteamiento: «Se ha querido que ignoremos cómo se construye una nación, y cómo se dificulta su formación auténtica, para que ignoremos cómo se le conduce, cómo se construye una política de fines nacionales, una política nacional».

Objetivos históricos.
El próximo 7 de octubre se confrontarán dos proyectos históricos: uno que hace abuso del discurso demagógico sobre el «futuro» y el «progreso», y en torno al cual se nuclean las fuerzas de la vieja política; y un proyecto que, para lograr prevalecer, está llamado a practicar una política hecha de «ayer y mañana», y que presupone tanto el «conocimiento de una historia auténtica» como el «conocimiento del presente».

Que nadie se engañe: no se trata en lo absoluto de un juego de palabras: «futuro» versus «ayer y mañana». Ni siquiera son sinónimos. Son maneras de enunciar proyectos antagónicos. El que hoy encarna el ex gobernador Capriles es un proyecto de naturaleza anti-nacional, que persigue retrotraernos a los tiempos en que parecíamos condenados a ser un pueblo vasallo; un proyecto fundado, para decirlo con Jauretche, en la «desfiguración del pasado», puesto que se trata de evitar que seamos capaces de «realizar una política nacional», no sólo para las grandes mayorías populares, sino sobre todo protagonizada por ellas.

En contraste, el proyecto bolivariano es la apuesta histórica por seguir aprendiendo cómo se construye colectivamente la nación venezolana, para que sepamos cómo se conduce, cómo se gobierna.

No en balde, la propuesta de programa de gobierno que ha hecho el comandante Chávez contempla cinco «objetivos históricos» con sus respectivos «objetivos nacionales». El conocimiento de nuestra historia y la construcción de una política nacional van de la mano.

Tratándose de una propuesta concebida de acuerdo a los criterios de la «política realista», lo peor que podríamos hacer es darle el tratamiento de un catecismo que tendríamos que aprendernos de memoria para luego repetirlo, bajo el pretexto de que el pueblo venezolano no está preparado para discutirlo y enriquecerlo. Esta mentalidad, característica de practicones, colectores de votos o chapuceros, es la que distingue a la vieja política. Combatirla férreamente abona a la continuidad del proceso bolivariano.

De hecho, en la presentación del documento, escrita por el mismo Chávez, puede leerse: «Al presentar este programa, lo hago con el convencimiento de que sólo con la participación protagónica del pueblo, con su más amplia discusión en las bases populares, podremos perfeccionarlo, desatando toda su potencia creadora y liberadora».

Que sean, por tanto, los representantes de la vieja política quienes continúen haciendo fraude programático, proponiendo versiones desmejoradas de políticas del gobierno bolivariano y disimulando el carácter profundamente anti-popular de sus propuestas.

El programa del comandante Chávez, en cambio, es un poderoso instrumento de campaña, que nos debe servir como «carta estratégica» para profundizar en nuestro conocimiento del presente y, en general, de la realidad.

Seamos «realistas» para que la revolución bolivariana siga siendo posible.

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