A estas alturas va resultando extremadamente cómodo, riesgoso, engañoso, seguirse llamando «revolucionario» sin tomar postura sobre problemas que bien merecerían un encendido (y no por ello menos fraterno y constructivo) debate público. Es necesario sincerarse. La revolución está obligada a sincerarse.
Por ejemplo, ¿cuál es la posición que nos corresponde asumir con respecto a la realidad que se vive en las cárceles? ¿Qué decir de la situación de los presos, de las miserias del sistema penal, de las mafias criminales asociadas al tráfico de drogas o de armas? ¿Qué posición vamos a tomar sobre el espinoso tema de la criminalidad, sobre los malandros?
¿Seguiremos optando por el silencio cómplice, limitándonos a señalar las implicaciones y los límites del populismo punitivo que practican los medios antichavistas, con total desprecio de cualquier consideración ética, sin el más mínimo respeto por la dignidad humana? ¿Será suficiente? ¿Tendremos que continuar cediendo al chantaje del histerismo de la más rancia derecha, que exige el endurecimiento de las normas penales y la criminalización de la pobreza?
«Aunque la cultura burguesa diga lo que nos diga, que nos ataquen, no importa. Esos son nuestros hijos«. Lo decía el presidente Chávez el martes 26 de julio de 2011, en intervención en el programa Toda Venezuela, que transmite VTV. Hablaba de los malandros.
Minutos antes les enviaba un mensaje a los presos: «Desde aquí les mando un abrazo… Ojalá nos estén oyendo, viendo, allá en las cárceles». ¿Cómo encarar el problema de las cárceles? Proponía: «Yo miro más allá: hay que incorporar a la familia». Planteaba que había que crear «redes con las madres, los padres, los hijos de los presos». También reflexionaba: «¿dónde vive la mamá de este hombre que cayó preso, como Jean Valjean?».
Conociéndola, y habiendo visto muchos de sus trabajos audiovisuales, aseguraría que reflexiones, preguntas y certezas similares pasaban por la cabeza de Vanessa Delgado, trabajadora de Ávila TV, cuando decidió incursionar en el mundo carcelario (Tocorón, El Rodeo, Yare, INOF, San Juan de Los Morros, Tocuyito, Los Teques, La Planta) para darles micrófono a los presos, allá por 2009.
El resultado es un acierto en el más amplio sentido de la palabra: hace falta mucho más que el simple encandilamiento cándido con el destino de los proscritos, como algunos pudieran acusar, para producir piezas de tan extraordinaria belleza. El de la flaca Vanessa es un esfuerzo genuino por transmitir la humanidad que aún habita en aquellos seres condenados a la escandalosa inhumanidad de la prisión.
Sin embargo, recientemente Vanessa ha estado en medio de fuego cruzado. A mediados de junio, durante los días más álgidos del conflicto en El Rodeo, fue señalada de manera inexplicable en un programa de VTV como presunta instigadora de la protesta de los familiares de los presos. Su nombre no salió a relucir nunca, tampoco el canal donde trabaja. Nadie intentó luego hacer las aclaratorias de rigor, ni siquiera porque la cortesía obliga. Por aquellos días una línea oficial que nadie sabe quién definió identificaba a los familiares de los presos como parte del bando enemigo.
En días pasados, luego de las sanciones impuestas por Conatel a Globovisión, Vanessa Delgado ha vuelto a aparecer en la pantalla, pero esta vez del canal antichavista, que pretende vender la ridícula especie de que la sanción obedece a una falsedad difundida maliciosamente por el Estado: que la peligrosa lideresa milita en las filas del canal de marras. Globovisión no ha roto un plato. Todos los ha roto Vanessa.
El caso es, si es que hiciera falta aclararlo, que Vanessa Delgado de ninguna manera es responsable de aquello que se le acusa (y tiene pruebas en mano). Aquel día de junio simplemente actuaba con coherencia: se batía por darles el micrófono a las madres, esposas y hermanas angustiadas y temerosas por el destino incierto de los suyos. Era su manera de decir presente. Era su manera de abrazarlos, como haría el presidente Chávez un mes después.
A estas alturas va siendo urgente sincerarse: ¿del lado de quiénes estamos? ¿De los que no tienen voz, de los invisibles, de los despreciados de todas las horas, de las Vanessa que tanto abundan en esta revolución o del lado de los que siempre tuvieron voz para mandarnos a callar porque jamás dejaremos de ser gente despreciable, miserable?