Recién llegado Chávez de Cuba, un par de semanas después de haber sido sometido a su segunda operación, intenté resumir la postura de muchos compañeros y compañeras, con quienes discutí largamente sobre la huella que había dejado en el campo político la enfermedad del Presidente, en un artículo que intitulé Resteaos con Chávez.
Entonces planteaba algo que considero oportuno reiterar: Chávez enfrenta una batalla más personal que colectiva; inevitablemente personal, pero irrenunciablemente colectiva.
Oportuno porque percibo una cierta tendencia a menospreciar, cuando no simplemente a ignorar, al Chávez reflexivo de las últimas semanas, que mantiene un continuo diálogo consigo mismo, pero que además hace público este ejercicio reflexivo. La razón, a mi juicio, es muy clara: no se trata de un Chávez «místico», metafísico, contemplativo, una suerte de oráculo o líder espiritual de la revolución bolivariana. Todo lo contrario, el Chávez que cita una y otra vez a Nietzsche, es el mismo que, por ejemplo, despliega una reflexión sobre el cuidado de sí, del propio cuerpo («despreciar el cuerpo es despreciar la vida»), y la militancia política.
Algo similar puede decirse de su referencia constante a la parábola De las tres transformaciones, en Así habló Zaratustra, también de Nietzsche. Hace falta ser muy cínico, o estar muy ciego, o sencillamente no tener ninguna voluntad de retar al pensamiento, para no darse cuenta de que no se trata de una simple fábula, sino de una reflexión que atañe, por ejemplo, al tipo de liderazgo que ejerce el Presidente, pero también al destino, al devenir, digamos, de la revolución bolivariana.
Camello, león, niño. Del camello, cargar las «cosas pesadas para el espíritu… incluso las más pesadas de todas», acarreador de los valores. Del león, «crearse libertad para un nuevo crear… Crearse libertad y un no santo incluso frente al deber», león iconoclasta, subversivo. Del niño: «Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí».
Una revolución, puede decirse, es camello, león y niño. Es el camello (la vieja sociedad con sus viejos valores) dando paso al león que subvierte al viejo orden y que, a su vez, abre paso al niño que crea la nueva sociedad. Pero no es así de sencillo, de lineal: toda revolución corre siempre el riesgo de convertirse en camello: ya sea porque fue incapaz de saldar cuentas con lo caduco, y repite errores del pasado: el nuevo socialismo copiando al viejo socialismo; el nuevo partido copiando al viejo partido; la burocracia haciendo el papel de Herodes, el asesino de niños.
Chávez y sus circunstancias: reflexiones inevitablemente personales, pero irrenunciablemente colectivas. Porque la pregunta sobre todo lo que prevalece de camello en la revolución bolivariana, es una que compete a todos. Sobre esto tendríamos que estar discutiendo en todas partes, y actuando en consecuencia.
Reinaldo, Que apreciación más acertada, Chávez nos invita a reflexionar sobre muchas cosas, y se toma un tiempo también para organizar sus ideas, que no es menos que comprendible, que a veces están más organizadas que otras debido al fragor de las actividades de gobierno y al juego provocativo que le hace la oposición, que en muchas ocaciones logra su cometido desestabilizador. La militancia, nosotros, considero que reflexzionemos sobre la salud, tanto la nuestra individual, como la salud de nuestro proceso, de nuestras convicciones, de nuestra orientación, y sin miedo hagamos las correcciones que ameriten, las que la conciencia nos dicta. El camino revolucionario es amplio y nos permite a veces deternos, tomarnos un refrigerio, meditar y continuar, sabiendo que en un colectivo hay respaldo con quien contar. Un abrazo Andrés Dib@andresdibpandres.e.dib@gmail.com