Desde que llegó el socialismo… (II)

Al burócrata no le desee la muerte. Si desea combatirlo, aprenda a contar cómo lidia el burócrata con la vida y la muerte.

Identificar al viejo Estado como el enemigo a vencer no significa realizar la crítica del Estado en abstracto. Para decirlo con el Foucault de El nacimiento de la biopolítica, es necesario dejar de concebir al Estado como «una suerte de dato histórico natural que se desarrolla por su propio dinamismo como un ‘monstruo frío’ cuya simiente habría sido lanzada en un momento dado en la historia y que poco a poco la roería… una especie de gendarme que venga a aporrear a los diferentes personajes de la historia».

Si la «denuncia» de la monstruosidad del Estado burgués, de su ineficiencia infinita y de su insuperable capacidad para devorar las mejores voluntades, alcanza para una declaración de principios, hay que decir que no sirve para nada más. La «denuncia» fundada en principios, y por ello abstracta, permite «evitar pagar el precio de lo real y lo actual, en la medida en que, en efecto, en nombre del dinamismo del Estado, siempre se puede encontrar algo así como un parentesco o un peligro, algo así como el gran fantasma del Estado paranoico y devorador. En este sentido, poco importa en definitiva qué influjo se tiene sobre lo real y qué perfil de actualidad presenta éste. Basta con encontrar, a través de la sospecha y, como diría François Ewald, de la ‘denuncia’, algo parecido al perfil fantasmático del Estado para que ya no sea necesario analizar la actualidad».

Así, cada vez que creemos estar realizando un cuestionamiento radical, informado, actualizado del Estado burgués, de ese monstruo que frena el avance del proceso revolucionario, pero evitamos profundizar en el análisis concreto del tipo de gobierno específico que supone el funcionamiento de ese mismo Estado, no estamos más que incurriendo en la «elisión de la actualidad», como le llamaría el mismo Foucault.

Al limitarse a la «denuncia», nuestros «análisis» pecan por omisión. Cuando nos limitamos a dar por sentado lo que deberíamos ser capaces de explicar (cómo funciona el Estado, más allá de generalidades y consignas), nuestros «análisis» son, al mismo tiempo, expresión de malestar e impotencia. De allí a manifestar que todo cuanto se haga en favor de la radicalización democrática del proceso será cuanto se haga al margen del Estado, no hay más que un paso. Siempre resultará más sencillo reivindicar la lucha desde el afuera, que intentar comprender y explicar qué es lo que está sucediendo adentro.

Si de ubicación se trata, sospecho que para evitar despertarnos un buen día descubriéndonos irreversiblemente desubicados, bien sea jurando que la revolución se hace desde una oficina ministerial o compitiendo por ver quién es capaz de proferir la maldición más elocuente contra la burocracia, tenemos que comenzar a preguntarnos: ¿qué significa gobernar socialistamente?

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