Estamos tomando un café en un restaurante en Corrientes y juega el Boca contra Newell’s. Uno escucha decir que el fútbol es una pasión para los argentinos e inmediatamente piensa en nuestra pasión por el beisbol. Pero no. En justicia, la pasión por el fútbol acá no tiene parangón. No lo creía, hasta que lo viví. Está ganando el Boca 2 por 1 y faltan alrededor de veinte minutos para que finalice el partido. De repente, Newell’s empata. La frustración recorre el restaurante. Hasta entonces no habíamos notado que la mayoría de los presentes seguía atento el partido por la televisión. De hecho, no estaban allí por otra cosa que no fuera el partido. Avanzan los minutos y la frustración aumenta. No alcanzamos a escuchar lo que comentan nuestros vecinos de mesa, pero sabemos que están molestos. Faltan tal vez unos diez minutos, y algunos salen del restaurante. No son buenos los augurios. Nosotros seguimos distraídos, planeando a dónde ir y haciendo uno que otro chiste sobre lo que estamos presenciando. Estamos en eso cuando escuchamos un ruidoso ¡gooooooool! y pronto todo es alegría en el restaurante. César Augusto y yo comenzamos a joder con que debemos ligarle al Boca. Reconocemos que si viviéramos en Buenos Aires seguro le iríamos al Boca. O tal vez no, pero jamás al River. Además, en la mañana hemos estado en La Boca, en el barrio, donde la gente nos preguntaba por Chávez y nos animaba al identificarnos como chavistas. La gente se anima porque el Boca está animada en la cancha. Decidimos concentrarnos en el juego. Ahora estamos ligando en serio. Y la fortuna nos premia: faltan tal vez unos cinco minutos cuando resuena otro ¡gooooooool! y el Boca gana 4 a 2. A diferencia del anterior, este gol me lo he gozado, y he entonado un grito cómplice, como de campeonato, en un restaurante de Corrientes, mientras César Augusto se reía emocionado.
Carlitos, Eva, el Diego. En Caminito, La Boca.