Contra el culto a la personalidad y el servilismo intelectual – Vladimir Acosta

(Cuando pega un cierto aire frío y los procesos revolucionarios amenazan con «congelarse» – diría Saint-Just -, lo menos que uno puede hacer es echarle leña a cualquier brasa que se asome en el horizonte. Es lo que ha intentado hacer Vladimir Acosta el pasado 16 de junio, en su programa De primera mano, que transmite Radio Nacional de Venezuela todos los lunes a las 7 am.

Es lo que intento hacer aquí, igualmente, transcribiendo un par de extractos de las intervenciones de Vladimir en el referido programa. El que desee escucharlo completo, no tiene más que darle aquí, y ahí dentro darle play donde corresponde.

Epa Vladimir: me tomé la libertad de intitular esto tal y como aparece allá arriba, porque creo que resume lo central de tus planteamientos.

A veces a uno le da por pensar que esto que nos plantea Vladimir es postura de muchos, aunque ésta siga expresándose como secreto a voces. Pero coño cámaras, ¿no les parece que ya está bueno de tanto cuchicheo, de tanto cotilleo?

Entre la criticadera necia y el servilismo intelectual, un nuevo sentido común debe terminar de imponerse. Vamos a echarle leña.

Fuego).

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Yo voy a decir aquí algunas cosas que seguramente van a molestar a algunos, pero las digo porque creo que tengo que decirlas… en función de este proceso en el cual yo creo, el cual yo quiero verdaderamente que siga avanzando, que no se estanque, que no retroceda, fundamentalmente por esa razón tengo que decir estas cosas. Yo creo que dos de los problemas, problemas serios, problemas graves, problemas que hay que enfrentar y superar en la medida de lo posible, que ha generado uno de los problemas de este proceso: la falta de dirección, son:

1) el excesivo culto a la personalidad con relación al Presidente y a todo lo que el Presidente dice, nadie se atreve a discutirle nada y menos aún a criticar las cosas que dice el Presidente, cosa que es absurda, porque aquí hay plena libertad como nunca, para criticar, para discutir; y

2) el servilismo intelectual. Lo lamento, pero me cuesta llamarlo de otra manera: el servilismo intelectual o la pereza intelectual de algunos que repiten como unos loros todo lo que se dice o todo lo que el Presidente dice y lo justifican sin pensar o que cuando piensan retuercen cualquier argumento para darle la razón al Presidente. Hay que esperar que el Presidente rectifique, cuando lo hace, porque a veces lo hace, se da cuenta, para que entonces vuelvan a ser loros, pero loros rectificadores. Y eso es triste, eso es lamentable, y es algo profundamente perjudicial para un proceso revolucionario, para un proceso que intenta cambiar cosas, para un proceso de participación y de protagonismo popular.

El punto de partida de esto, lo he comentado montones de veces, me he cansado de comentarlo en distintas oportunidades, aquí y en otros lados, en otros actos, en foros, en discusiones y conversaciones, es la falta de dirección colectiva de este proceso. Nadie cuestiona el liderazgo del presidente Chávez, este proceso está absolutamente identificado con el presidente Chávez, el presidente Chávez ha sido el espíritu, el alma, la fuerza principal de este proceso, eso no lo cuestiona nadie, no lo cuestiona ni siquiera la oposición, y por supuesto nadie lo va a a cuestionar. Se trata de que los procesos revolucionarios, los procesos de cambio, los procesos de transformaciones e incluso los procesos reformistas más o menos avanzados, necesitan direcciones colectivas, porque la política es una construcción colectiva. Y cuando se habla de democracia, de participación, de protagonismo popular, se hace absolutamente imprescindible esa discusión, esa participación popular, esa dirección colectiva, que no excluye un liderazgo, pero que necesita la participación, la asunción de responsabilidades, el compartir responsabilidades y el participar de la elaboración de una línea política que tiene que ser producto de la relación con los sectores populares, con el pueblo, y que tiene que ser permanentemente consultada con él. Eso es indispensable. Cualquier proceso que intente cambiar cosas, que intente movilizar a los sectores populares y que intente estar al servicio fundamentalmente de los sectores populares necesita una dirección colectiva, no una dirección que sea absolutamente unipersonal. Y esa es una de las grandes fallas de este proceso.

Aquí ni siquiera el partido que se acaba de construir ahora, el PUSV, es un partido que ejerza dirección colectiva. Es un partido que fundamentalmente funciona como un instrumento que repite lo que dice el Presidente, que no discute nada con el Presidente y que se ocupa fundamentalmente de las cosas administrativas: cómo desarrollar el proceso electoral, cómo hacemos aquí, si se reúnen con el PPT, qué va a pasar con el Polo Patriótico [Alianza Patriótica], si hay amenazas por la prepotencia del PSUV con relación a los otros, si se puede buscar acuerdos, si está descontento alguien, si el candidato para gobernador es el que llegó primero o el que llegó segundo. Es decir, puras cosas absolutamente técnicas, mecánicas, cotidianas, pero no discute política, el PSUV no discute política ni define política. El PSUV simplemente se limita a repetir lo que dice el Presidente, y a veces ni siquiera opina políticamente. Es el Presidente el que opina y el PSUV se ocupa entonces de las cosas administrativas. Eso no puede ser. Si alguna justificación podía tener la integración de las fuerzas que han apoyado a este proceso en un partido como el PSUV, es para construir una dirección colectiva, que desde una perspectiva de compromiso, del mismo compromiso que tiene el Presidente, pueda discutir con él y pueda llegar a acuerdos producto de discusiones con él, y de confrontaciones que ocurren a veces. De eso por lo menos no hay ningún indicio, ninguna indicación de que eso esté ocurriendo.

Pero lo que yo quiero señalar, que es lo que me parece más preocupante, son las dos cosas que dije. Por un lado, se ha ido generando, y eso es prácticamente inevitable cuando no hay una dirección colectiva, y cuando hay un liderazgo claro, porque al final el liderazgo del Presidente parece estar muy por encima de los otros líderes (se podría decir: hasta qué punto él contribuye a eso o hasta qué punto él no hace un esfuerzo para reducir esa distancia, pero ese es otro tema que no voy a tocar ahora); pero lo cierto es que esa distinción entre el peso y la importancia del Presidente y los dirigentes que forman parte de su equipo, genera y ha generado un excesivo culto a la personalidad del Presidente, que se traduce en esa dimensión negativa: una cosa es el respeto al liderazgo, otra cosa es la admiración de un liderazgo, otra cosa es entender que ese liderazgo fuerte, combativo y dinámico es necesario para impulsar un proceso (eso es perfectamente válido) y otra cosa es convertir al líder en una especie de dios, en un personaje infalible, que no se equivoca nunca y al cual no se le puede criticar absolutamente nada y no se le puede discutir absolutamente nada. Repito: algo que es absurdo. Vivimos justamente en una sociedad que es democrática como nunca ha sido esta sociedad venezolana, aquí se discute de todo, aquí se opina de todo y aquí no le pasa nada a nadie. Si aquí hasta los conspiradores de derecha, los conspiradores fascistas andan libremente por las calles, conspiran, hacen lo que les da la gana, aquí todo el mundo hace lo que le da la gana, desde los motorizados hasta los conspiradores fascistas. Entonces aquí no hay ningún peligro de que nadie pueda ser víctima de las críticas que haga. Y es necesario que esas críticas se hagan. No convertir eso en una profesión, no se trata de la profesión de criticar lo que hace el Presidente, para eso está la oposición imbécil esa, diciendo animaladas todos los días, y por eso está así, hundida, en el piso.

Se trata de la perspectiva de la construcción de un proceso revolucionario que hoy más que nunca necesita discusiones, porque están pasando cosas, aquí dentro de este proceso, que hay que discutirlas y que hay que cuestionarlas, necesita entonces una dirección colectiva que parta del reconocimiento indiscutible del liderazgo del Presidente, pero que sea capaz de fijar opiniones y tener criterios, y atreverse a tener esos criterios y a discutirlos, y atreverse a ser derrotada y atreverse a triunfar en algunas oportunidades, porque la derrota o el triunfo no son otra cosa que derrota o triunfo de posiciones que van a fortalecer el proceso. Esto es un problema que a mí me parece fundamental.

Y el otro lado es, entonces, esa suerte de pereza intelectual: «el Presidente es el líder, el Presidente se las sabe todas, el Presidente no se equivoca nunca, el Presidente es el súperestratega», el Presidente está en la estratósfera ya, planificando cosas, y los demás, entonces, por pereza intelectual, no piensan, no son capaces de analizar, no son capaces de participar, reciben pasivamente todo lo que el Presidente dice y ejecutan lo que el Presidente dice. No hay dirección colectiva. Y esa pereza intelectual a veces se convierte en un cierto servilismo, porque entonces es buscar la manera… unos, repito, porque no piensan, y simplemente repiten, repiten y repiten, tanto repiten que «esto es bueno, esto es bueno» porque el Presidente lo dice, y dos días después cuando el Presidente dice «me equivoqué», porque el Presidente sí se atreve a decir que se equivocó, entonces dicen: «esto es malo, esto es malo, esto es malo». Es decir, pasan de loros positivos a loros negativos. Y eso no puede ser. Pero en algunos llega verdaderamente a un nivel de retorcer los argumentos, de utilizar entonces los argumentos de pensar políticamente para hacer cuadrar las cosas que no cuadran, para tener que darle la razón al Presidente, y a veces se queda bastante mal cuando el Presidente después se da cuenta de que él mismo se ha equivocado (y últimamente se ha equivocado bastante, por cierto), y entonces en algunos de esos casos rectifica.

Yo creo que lo único válido y lo único correcto en política, cuando uno quiere pensar políticamente, es eso: es pensar políticamente, es analizar las cosas racionalmente, con seriedad, sin sacralizar el pensamiento y la conducta de nadie, por más líder que sea, con plena independencia de criterios. Una vez que se tiene una posición política tomada, por supuesto, no estoy hablando de criterios en el aire. Estoy partiendo de un análisis válido en política de quien piensa como revolucionario y quien está comprometido con un proceso que quiere que sea revolucionario o que quiere que siga siendo revolucionario, no de un analista de esos que se sientan en una especie de topos uranos, allá arriba, a analizar las cosas desde la estratósfera. No. Me refiero al compromiso, al compromiso militante, al compromiso patria o muerte, como son los compromisos políticos, y si no, no son compromisos y no sirven para nada. Desde esa perspectiva, una vez que uno asume esa perspectiva y la convierte en forma de vida, lo único válido en política, entonces, es analizar las cosas racionalmente, analizar las cosas con seriedad y profundidad, sin sacralizar el pensamiento y la conducta de nadie, con independencia de criterio y con buena y sólida información. Y además, sin temor a criticar lo que se estima que no está bien, justamente porque lo que se quiere es que el proceso avance y no que el proceso se estanque. Y criticar las cosas a tiempo tiene justamente la fuerza que da la posibilidad de cambiar las cosas, de incidir sobre ellas. Quedarse callado, admitir chantajes, admitir acusaciones, que hacen justamente los que quieren que el proceso no siga caminando, es permitir pasivamente que algunas cosas que están mal sigan empeorando y que cuando alguien se dé cuenta de que están mal, ya sea probablemente demasiado tarde para corregirlas, y en ese camino se puede hasta perder el poder.

Aquí lo hay que hacer, en mi opinión, y lo repito, es ver el curso reciente que ha ido tomando este proceso: hacia dónde, en qué dirección está marchando últimamente este proceso, porque, repito, hay muchas cosas preocupantes. Y uno ve cómo se engranan, una tras otra, algunas declaraciones con algunas conductas. Repito, no voy a analizar esto a fondo, simplemente lanzo esto como tema de análisis, de reflexión, de pensamiento, porque ésta es la única forma de pensar políticamente desde un compromiso revolucionario. Recomiendo una vez más que lo hagamos, recomiendo discutir sin temores, si queremos que este proceso siga avanzando, que este proceso no se estanque, que este proceso de cambio no se convierta en una cosa diferente. Porque creo que de eso, y de la conducta que se asuma y de la conducta que se comparta, depende en buena parte el futuro de este proceso, depende en buena parte que este proceso que ha sido generador, justificado, de grandes esperanzas de cambio, de algunos cambios que de verdad han tenido alcance revolucionario, que este proceso pueda mantenerse en ese camino, recuperar ese camino, profundizar ese camino, y no asumir un camino de moderación que muchas veces se convierte en camino de estancamiento.

Creo que ésta es una discusión que debe darse, y que debe darse abiertamente en el seno de este proceso, analizar lo que pasa, lo que se dice, conectar cosas, relacionar cosas, y sobre la base de esos análisis hacer planteamientos que contribuyan a que este proceso que está pasando por una etapa decisiva, por una etapa clave, por una etapa de inflexión, pueda seguir avanzando por el camino que se trazó al comienzo y que tiene que ser profundizado para que no deje de ser lo que fue y lo que tiene que ser: un proceso de cambio revolucionario.

Una respuesta a “Contra el culto a la personalidad y el servilismo intelectual – Vladimir Acosta”

  1. EN DEFENSA DE LA OPINIÓN DE CHÁVEZ SOBRE LAS FARC, Y EN RESPUESTA A VLADIMIR ACOSTA Y CELIA HART(Por una actualización formal de la rebeldía)Por Xavier PadillaEn honor a las recomendaciones de nuestro muy valioso y estimado compañero, el profesor Vladimir Acosta, trataré de hacer uso a continuación, lo más honestamente posible, de lo que quizás sea nuestra capacidad humana más preciosa: la reflexión. Este venerable camarada verá, sin embargo, que mediante el uso o ejercicio de la reflexión es posible llegar a conclusiones muy distintas de las evocadas por él mismo en el momento en que precisamente invitaba, durante su programa de radio, a ponerla en práctica. Verá que el razonamiento mediante el cual llegó a considerar las declaraciones de Chávez como «erróneas», no son la única vía de reflexión posible respecto de las mismas, ni la única por lo tanto válida. Verá, además, que no necesariamente todo aquel que defienda la opinión expresada por Chávez sobre las FARC es un borrego, un loro o un simple imbécil chupa medias con anemia intelectual, aun cuando sea extremadamente cierto que de hecho exista generalmente un buen número de borregos, loros e imbéciles repitiendo irreflexivamente las opiniones de Chávez.Para empezar, hay que considerar el hecho -muy simple- de que la rebeldía mediante las armas, en su forma de «guerrilla», no es la única forma de rebeldía, ni necesariamente la más efectiva. Lo siento por aquellos que combatieron toda su vida en las guerrillas, pero repito, la guerrilla no es la única forma de rebeldía, ni la más efectiva. Es posible que la guerrilla, bajo ciertas circunstancias, no sólo sea la única, sino también la más efectiva, noble y elevada forma de rebeldía, como lo expresara Celia Hart recientemente, pero no bajo TODA circunstancia. Podemos reconocer y comprender perfectamente la carga emotiva de hermanos luchadores que, como la venerable compañera Hart, han estado una vida entera vinculados a este tipo de lucha en particular (el cual, empero, ha de ser sin duda el mejor y más noble de todos bajo CIERTAS circunstancias). Pero también debe resultarnos obvio que dicha forma de acción, como cualquier otra forma de acción, no está exenta del relativismo circunstancial inherente a todos los procesos históricos y que, por ello mismo, hay períodos o «momentos» que la justifican, y otros que no. Es sobre esta inmanente, necesaria circunstancialidad, o lo que es lo mismo, sobre esta implacable, fatal relatividad, que habló respecto de las FARC el corazón de Chávez.Una «ortodoxia» de la lucha armada, en el seno de todas las revoluciones, siempre ha existido. Es además comprensible que una ortodoxia siempre se genere y exista, pues no es pequeña la convicción que debe tener, ni poca la disciplina a la cual debe someterse, quien enfrentando con su vida al enemigo debe simultáneamente resistir a los múltiples rigores de su inhóspito entorno (para las FARC el de la selva). También es comprensible que esta ortodoxia se extienda a veces un poco más allá, que llegue fuera de los ámbitos de la selva y del combate propiamente armado y alcance a la clase intelectual revolucionaria, versada en la historia de estas luchas y próxima a ella no sólo a través de su crónica, sino también de su poética. He allí una forma de solidarismo sublimado de la teoría y la praxis entre los miembros complementarios de una misma revolución. El problema es que, como toda ortodoxia, llega siempre el momento en que no sabrá reconocerse como tal, es decir, dogmática, intransigente frente a los nuevos cambios de paradigma (sí, léase bien, de paradigma, no de causa).El presidente Chávez ha «sido» muchas cosas, ha encarnado muchos personajes, muchas circunstancias, y siempre a su intuición sola ha tenido por guía principal. Lo cierto es que nunca ha dejado de avanzar, es decir, de hacer lo que es propio de todo líder. Y creo que a éste, en particular, lo caminado no hay quien se lo quite. Ahora bien, ¿por qué, entonces, no escucharlo ahora? ¿Por qué tanto empeño en reducir al exabrupto (por decir lo menos) su señalamiento reciente acerca de la guerrilla colombiana, y la guerrilla en general? ¿Apenas no dijo que, como forma de lucha, la guerrilla actualmente era improcedente, anacrónica? ¿O es que llamó a parar la lucha?Si se ha dicho ya, sobradamente, entre nuestras filas que el conflicto colombiano NO se resolverá mediante las armas, que las FARC NO conseguirán -nunca- mediante la lucha armada derrocar al gobierno, ¿entonces en qué las palabras de Chávez son inapropiadas? ¿No son la consecuencia lógica de ese mismo razonamiento?Las muertes recientes de figuras principales en las FARC no son argumento para invalidar las palabras de Chávez. Sin que estas palabras pretendieren justificar tales muertes (lo cual algunos sin embargo han insinuado timoratamente), se trata a todas luces de un momento de cambio propicio y eminente para las FARC, lo cual no necesariamente implica su derrota. Creo que fue bajo este punto de vista que habló el corazón de Chávez. Hizo un llamado, sobre todo, al cambio, a la actualización de esa lucha, no a su claudicación. Parecía envuelta en sus palabras no sólo la idea de que el imperio actual está tecnológicamente en capacidad de acabar con las guerrillas en un santiamén, sino la idea de que la política, en sus múltiples formas posibles, constituye actualmente un arma asimétrica infinitamente más efectiva. La perpetuación del sistema de rehenes, por ejemplo, es un fardo insostenible que termina por alimentar al imperio y, después de todo, inmoviliza la guerrilla en tanto que fuerza de combate (la frena…). Hay, pues, mucho de «práctico» en las palabras de Chávez, y todo combate, toda lucha, es ante todo «práctica».También hay que acabar con ciertas falacias argumentativas recurrentes, como las que se contentan en diagnosticar: «a mismas gripes, mismos remedios». La verdad es todo lo contrario: nada más oportuno que considerar, justamente, que no habiendo cambiado las formas de opresión, ni nuestras razones para combatirla, sí deben no obstante cambiar las formas de lucha, pues éstas, tales como han operado hasta ahora, NO HAN TENIDO ÉXITO.Los cambios estratégicos, precisamente, se imponen frente los fracasos, y si la guerrilla colombiana no ha logrado el éxito en sesenta años, no es por vejez que lo logrará un día.Además, hay que considerar también que la perpetuación de los conflictos se debe al hecho de que a veces, simplemente, no tienen solución. Es un hecho que los juegos, matemáticamente, a veces se trancan. Es una fatalidad que sin embargo es relativa y sólo obedece al estado puntual de una contienda, no a los motivos de dicha contienda. Ahora bien, cuando materialmente no se puede ganar ni continuar, se cambia de partida, se comienza una nueva. Vencido, después de todo, sólo está el que ya no juega, mientras que para ganar sólo falta la voluntad de continuar, y de actualizarse. Duélale a quien le duela.Celia Hart dice: «Sea o no atractiva la guerrilla para estos frívolos tiempos, nadie, absolutamente nadie tiene el derecho a cuestionar el derecho a la rebeldía».Sólo que, ni actualizar la lucha obedece necesariamente a la frivolidad de los tiempos, ni la única, ni siempre más apropiada (ni más efectiva) forma de rebeldía es la lucha en armas. Del mismo modo, una «ortodoxia de las armas» no constituye tampoco (en su sintomático dogmatismo) la más honorable representación revolucionaria, ni puede monopolizar el respeto por los caídos en el campo de batalla. La gloria de los predecesores está siempre en el futuro, adelante, acoplada al flujo cambiante de la historia. En vano, pues, acusar a Chávez (mediante una sentida -pero desplazada- evocación de «revistas de moda»*) de ingenuo ignorante en materia revolucionaria: hasta ahora ha hecho revolución, precisamente, deponiendo las armas cuando hubo que hacerlo. Y entonces sólo multiplicó la batalla. Que al menos un trecho, gracias a él, llevamos ganado, es lo que el mundo entero hoy reconoce e identifica como «Revolución Bolivariana».*http://www.aporrea.org/actualidad/a58668.htmlxavierpad@gmail.com

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