Camarada – Alexis Romero Salazar

A Hilario Díaz* y José Rafael Zavala**
In memoriam

Se dice
y se experimenta el temblor en el escondite
y el crujir de las tripas
en la indigencia por el puro compromiso

Se dice camarada
y se siente el agua presionando los pulmones
y las garras del esbirro hundiendo la cabeza en la tina

Se dice camarada
y se siente el corrientazo en los testículos
el cigarro encendido sobre el pecho
y la plancha quemándote las nalgas

Se dice
y se evoca la “lista negra” de Guayana
el desamparo de la mujer e hijos
y la descarga que te quitó un brazo
haciendo un oficio que no era el tuyo

y se piensa en la condición de hombre del pueblo
y en el firme propósito de seguir siéndolo por siempre

Se dice camarada
y se piensa en la temprana apuesta por la justicia social
y en el sacrificio extremo

Se dice
y se recuerda la terca voluntad de hierro
y la disposición de echarle bolas para ganarse solamente
unos coñazos

Se dice camarada
y se recuerda la alegría del invencible en la tortura y en la vida

Se dice camarada
y se piensa en amigos verdaderos que ni en el más feroz hostigamiento vendieron la patria

Se dice camarada
aunque no se pongan el trapo rojo
y con toda la humildad del mundo
se prohíban decirle mascarada

* HILARIO DÍAZ. Hijo de trabajador petrolero de Caripito, en el oriente del país, y él mismo obrero de Sidor en Guayana, despedido en 1977 en razón de su militancia revolucionaria. Incluido en la llamada “lista negra”, que impedía emplear a los camaradas en cualquier empresa de la zona; tuvo que realizar muchos oficios: cuando hizo de electricista, una descomunal descarga lo mantuvo en coma durante varios meses y le desprendió una mano. Recuperado, con su alegría característica, pasó el resto de su vida como taxista, hasta el pasado 12 de abril, cuando un infarto logró lo que nunca pudo el enemigo.

** JOSÉ RAFAEL ZAVALA. También hijo de obrero petrolero y criado en el campo de la compañía en Lagunillas, en el estado Zulia. Ingresó en la escuela de economía, pero al hacerse militante revolucionario abandonó los estudios; fue torturado muchas veces y permaneció en la cárcel varios años. Siempre consecuente y con apenas el apoyo de unos pocos compañeros -a 7 años de revolución- casi en la indigencia, estuvo batallando con una penosa enfermedad hasta septiembre de 2006.

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Sin que alguien lo haya decidido así, en la actualidad, en cierta medida, el proceso de reconstrucción de las organizaciones populares, impulsado fundamentalmente por revolucionarios que crecieron durante o después de la derrota de los años 70, se desarrolla huérfano de las experiencias que lo precedieron; eso no es nada nuevo, ni ocurre solamente en nuestro país, también sucede en Argentina, como lo testimonia Nauel Laviggi. Se ha mostrado habilidad para mencionar las fallas, para producir nuevos conceptos y transitar nuevos caminos, pero no se ha demostrado capacidad para rescatar las virtudes y esfuerzos de una generación casi de mártires.

Como dice el poeta argentino Vicente Zito Lema: «Memorar el horror es justo y necesario. Porque el horror existió y muchos de los que lo padecieron están vivos. Memorar el horror debe ser un acto de amor para los muertos, que están solos en la soledad de la muerte. Y esa memoria debe estar viva, para que ese amor sea vida y no una siniestra y vacía parodia de amor».

Pero es mucho más que eso, no se trata sólo de reconocer su sacrificio y heroísmo, sino de aprender de sus experiencias, de sus destrezas para construir organización en medio de la más bárbara represión; se trata de aprender de sus demostraciones extremas de solidaridad. Es vital que los revolucionarios venezolanos se identifiquen con ellos y sientan como el joven, también argentino, Darío Santillán:

«Nos pesa mucho la valoración de todos aquellos que dieron la vida…. compañeros que pelearon por lo mismo que estamos peleando hoy. Lo que sentimos en carne propia es que somos los mismos que pelearon en aquellos años. Somos la continuidad de esa historia».

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Quiero honrar la memoria de mis camaradas fallecidos: Alexander Alzolay -asesinado-, Luis Fernando Hernández Vargas, Vicente Antonio Contreras -asesinado-, Jorge Rodríguez -asesinado-, Pablo Emilio Ochoa, Manuel Coa Fernández, Carlos Wilfredo García -asesinado-, Sor Fanny Alfonzo -asesinada-, Ronald Morao -asesinado-, Domingo Arrieche, José Rafael Zavala e Hilario Díaz. Quiero reconocer a mis entrañables hermanos torturados y criminalizados ayer, que continúan transformando los espacios más pequeños con modestia, sin buscar protagonismo.

Y repudiar el cinismo de aquellos que con saña y desde diferentes posiciones apoyaron al sistema que los reprimió, los torturó y los mató y ahora andan sectariamente rasgándose las vestiduras y diciendo camarada. Algunos de ustedes saben a quiénes me refiero y ellos saben que los tenemos ubicados; mientras no se les ponga en su sitio, se escuchará algo así como «mascarada».

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