Es cierto que los ojos (y en muchos casos la esperanza) de buena parte del mundo están puestos sobre la experiencia venezolana. Pero precisamente en razón de esto estamos obligados a mirar y aprender de otras experiencias de lucha que tienen lugar alrededor del planeta. Venezuela es apenas un bastión, uno de muchos que vienen multiplicándose, con particular intensidad en nuestra América. La revolución será global o no será. Habrá de ser global porque el enemigo es global: la fuerza del capital radica justamente en su capacidad para rebasar y destruir fronteras de toda naturaleza.
Apogeo y ocaso de una concepción.
A principios del siglo XX la Revolución rusa permitió propagandizar determinadas ideas que tuvieron una enorme incidencia sobre las experiencias posteriores.
Podemos sintetizarlas en 5 premisas:
– La clase obrera es el sujeto de la revolución que acabará con el capitalismo y permitirá construir el socialismo.
– La clase obrera estará representada en sus intereses inmediatos e históricos por un partido revolucionario.
– La existencia de ese partido de la clase obrera es condición previa para la existencia de un proceso revolucionario.
– El marxismo es un saber científico, por lo tanto basta que el partido lo estudie y aplique para delinear las políticas coyunturales y estratégicas correctas.
– El partido debe organizarse en forma vertical de arriba hacia abajo como una pirámide. En su cúspide está el comité central, que reúne a los cuadros revolucionarios más esclarecidos por el conocimiento del marxismo.
Estas ideas fueron discutidas y criticadas por sus contemporáneos, incluso desde el interior del universo marxista. Basta revisar la correspondencia entre Lenin y Rosa Luxemburgo o valorar los aportes de los consejistas. Pero amparadas por el inmenso prestigio de la Revolución rusa y difundida por la estructura internacional de los partidos comunistas, o de la disidencia trotskista, generaron una enorme influencia sobre las experiencias posteriores.
La casi totalidad de las organizaciones que se estructuraron con objetivos revolucionarios en el siglo XX partieron de estas premisas; aunque en algunos casos cambiaron al marxismo por otras fuentes inspiración. En Argentina las experiencias más desarrolladas de la nueva izquierda, PRT–ERP y Montoneros, son representativas de estas concepciones, aunque haya una valoración diferente con respecto al marxismo.
El derrumbe de las experiencias burocráticas del Este, en algunos casos fruto del aborto de procesos de transición al socialismo y en otros continuidad de procesos que nacieron malparidos, hace tambalear estas premisas y permite revalorar viejas críticas, las conclusiones que ofrecían procesos originales y nuevas lecturas sobre el funcionamiento del capitalismo trasnacionalizado.
– En los procesos desarrollados en los países escasamente industrializados, los campesinos y sectores ligados al trabajo informal son parte indiscutible del sujeto transformador. La clase obrera, pensada en los términos de principios del siglo XX, es un sector que disminuye su peso cuantitativo y cualitativo.
– La idea de que un grupo de militantes pueda representar al conjunto de los trabajadores por el solo hecho de adherir a determinadas concepciones, autotitularse revolucionaria o desarrollar determinados rituales, es desmentida por la experiencia mundial.
– La revolución cubana demuestra que la existencia de un partido no es condición previa para que se inicie un proceso transformador.
– La experiencia mundial demuestra el fracaso del marxismo como receta momificada.
– Las construcciones piramidales demuestran ser un buen caldo de cultivo para desarrollar el germen de la burocracia y un filtro para que ingresen las opiniones, deseos e iniciativas de los “frentes de masas”.
La critica dogmática.
Algunas de las críticas más contundentes a lo que suele denominarse “la herencia leninista” provienen de quienes durante años profesaron esa religión. Ahora cambian de iglesia, pero no de mentalidad dogmática, ni abjuran del determinismo histórico. Por eso afirman:
– No hay sujeto del cambio social. Éste cambia según la situación, por lo tanto toda construcción de largo plazo dirigida hacia un supuesto sujeto transformador carece de sentido.
– Desde esta misma concepción se rechaza el concepto de vanguardia, no sólo en un sentido iluminista, sino descartando la posibilidad de que en un momento dado un sector social o una organización política (o varias) puedan dirigir un proceso transformador.
– En consecuencia, no hace falta partido ni organización política alguna; por el contrario, organización es igual a burocracia y es un término antagónico a revolución.
– Decretan la muerte de la dialéctica y del marxismo; y de cualquier otro saber que pretenda sintetizar experiencias tratando de aportar a una orientación transformadora.
– Reemplazan la estructura piramidal del partido por la Red.
Una mirada diferente.
Los procesos de transformación en América Latina, que son sin duda en la actualidad los más valiosos por su extensión, permanencia y profundidad, nos aportan una mirada diferente sobre esas premisas.
– Existe un sujeto transformador, que es más amplio que la clase obrera en términos estrictos, pero que comparte con ella su condición esencial de ser explotado por el capitalismo y que no tiene posibilidades de realizarse sin transformar la sociedad.
– Se valora la construcción de herramientas políticas que sin autotitularse representativas de la clase obrera puedan hacer aportes a la constitución de ese sujeto. Están al servicio de la constitución de ese sujeto, sin desconocer que en situaciones coyunturales puedan ser parte de quienes vanguardizen y dirijan un proceso de transformación.
– Con la misma convicción que nos negamos a autotitularnos como representantes del sujeto, afirmamos que la posibilidad de transformaciones sociales impone organizar y direccionar los esfuerzos. La construcción de estas herramientas políticas no es condición para que se inicie un proceso de transformación, sino que se van construyendo en ese proceso.
– De la misma forma, la teoría política revolucionaria no es previa al hecho revolucionario, sino su resultado. Se va construyendo y precisando en el tiempo. Desde allí se revaloriza al marxismo como la mejor herramienta teórica disponible para analizar la realidad y se revalorizan aportes de la teología de la liberación, el feminismo, etc.
– Se advierte la necesidad de invertir la pirámide para generar política, privilegiando la construcción de asambleas de base como fuentes del trazo grueso de nuestra política.
El funcionamiento de la pirámide invertida.
Una política de aporte a un proceso de transformación social presupone dos instancias: construcción y proyección.
La construcción o generación de la política se desarrolla en espacios organizados, allí donde existen agrupaciones de base con una práctica asamblearia. Al calor del conflicto social e íntimamente ligada a la realidad de nuestro pueblo. Las asambleas territoriales, estudiantiles, sindicales, son expresión de una conciencia organizada, pero en tanto son abiertas contienen a compañeras y compañeros cercanos que aportan su cuota de realidad, su experiencia y de buen sentido que permiten aterrizar los debates.
Las asambleas de base generan el trazo grueso de nuestra política. Por eso decimos que cuando pensamos en organización, nuestra primera preocupación es impulsar el desarrollo de agrupaciones de base con una práctica asamblearia.
La política generada en las asambleas de base se sintetiza en instancias que hacen a su localización geográfica (locales y regionales) o de sector (territorial, estudiantil, sindical). Finalmente, esas instancias que producen síntesis parciales se sintetizan en instancias multisectoriales. Los plenarios nacionales, las mesas nacionales y las mesas multisectoriales.[i]
Como decía anteriormente, no se trata solamente de generar política, sino de proyectarla hacia los millones de personas a las que identificamos como sujeto transformador.
Asumir la acción política como una cuestión compleja que integra generación y proyección, está cruzada por una vieja polémica de nuestra izquierda con respecto a los objetivos de nuestra acción. Esta polémica nunca se dio en términos explícitos, porque ningún grupo de izquierda va a reconocer que no quiere un cambio social, hacer una revolución. Pero hay prácticas que denotan mucha mayor preocupación por dar testimonio, por hacer docencia, que por destruir este sistema. El ejemplo extremo son grupos socialistas tradicionales más preocupados por fundar bibliotecas que por comprometerse con la lucha de clases.
Pensar la política exclusivamente como construcción permite desarrollar modelos de organización social de excelencia. Pero estos sólo tienen valor testimonial, de referencia. La experiencia de los 70 es ejemplificadora sobre el destino de esas construcciones. Cuando finalmente la derecha destrabó el empate social, arrasó con todo y no hizo distinciones entre quienes se embarcaron en grandes batallas políticas y los que se limitaron a ejercer docencia.
La construcción de modelos de referencia, de organizaciones prefigurativas, permite generar políticas más correctas y adelanta debates y experiencias de la nueva sociedad, pero el cambio social no es un proceso evolutivo; la historia de las revoluciones no da ningún ejemplo en que el sistema abandonó la lucha, cercado por el desarrollo de las nuevas construcciones sociales. Criticar el asalto al poder no puede llevarnos a la fantasía de suponer que la historia nos va a esperar a que desarrollemos la organización popular hasta donde nosotros nos propongamos. Siempre un cambio social presupone la acción conjunta entre lo organizado y lo espontáneo, entre la conciencia de la necesidad de una nueva sociedad y el hartazgo por la que padecemos. En todo caso, la posibilidad de aprovechar las oportunidades históricas está vinculada a las proporciones en que se conjugan esos dos elementos constitutivos. El 19 y 20 de diciembre de 2001 es un antecedente cercano para reflexionar sobre la cuestión.
Qué política queremos proyectar y en qué contexto.
La proyección de nuestra política significa precisamente dialogar y tratar de incidir en esos millones de personas, de cuya decisión depende que haya cambio social.
Esos millones de personas no son una masa inerte, sin conciencia, a la espera de que nos conectemos desde la extensión de nuestro trabajo de base. Son un espacio vivo, mayoritariamente desorganizado, pero que también lucha, genera pequeños grupos, y también un espacio en disputa donde operan todos los mecanismos de dominación del sistema, el PJ*, las iglesias, las ONG del sistema y también otras propuestas de izquierda.
Dialogar e incidir en esa masa viva impone caracterizarla. En un trazo grueso podemos decir que en nuestro país esa masa tiene una conciencia política muy marcada por su experiencia histórica, cuyas matrices políticas más salientes son el caudillismo y una escasa confianza en los mecanismos institucionales. Por lo que su acción política no se reduce a participar electoralmente, sino a acompañar sus demandas sectoriales con medidas de acción directa. En una sociedad fragmentada, las demandas que surgen espontáneamente son también fragmentadas y a veces se oponen entre sí, o producen el fenómeno de que el taxista que hace un bloqueo de calles para exigir aumento de tarifas, odie a los piqueteros que reclaman por alimentos. En ese panorama lo electoral aparece como la única instancia que parece unificar lo político general, y allí se vota a personas, previamente embellecidas por el sistema, más que a programas de gobierno.
Desde esa caracterización nos planteamos una incidencia política que aporte a unificar demandas a partir de tres ejes políticos comunes: la lucha contra el saqueo de los bienes naturales, la lucha contra la impunidad, la lucha contra la precarización de la vida; esos ejes se enmarcan dentro de dos tradiciones históricas de nuestro pueblo: la lucha por la soberanía y la justicia social.
Los problemas de las pirámides invertidas.
Las pirámides invertidas son muy útiles para generar políticas, pero muy deficitarias para proyectarlas. La idea de que sin asambleas de base y sin agrupaciones de base que las promuevan no hay política transformadora, es una idea muy fuerte y productiva.
Pero debe estar unida a la idea de que si no somos capaces de proyectar esa política no hay cambio social y corremos el riesgo de diluirnos en el corporativismo, el reformismo o en un elitismo de nuevo tipo.
En el FPDS imaginamos algunas respuestas organizativas que facilitaran la proyección política: las instancias unificadas de síntesis y las áreas, en particular: prensa, relaciones políticas, finanzas y formación. Pero no haber profundizado el debate político provoca el despoblamiento de las áreas y los espacios de síntesis. Si pensamos este problema en términos de pirámide invertida, el problema no es grave. Es casi natural que estén muy fuerte las instancias superiores, priorizadas (las asambleas de base) y que la organización se desfleque hacia su vértice inferior: los espacios de síntesis, las áreas.
Si lo pensamos en términos de construcción y proyección el problema es más grave. Y aquí tenemos que modificar el dibujo organizativo. En realidad las pirámides son dos: una invertida de generación política, cuyo vértice inferior empalma con una pirámide clásica de proyección política. Una sintetiza conclusiones de miles de activistas organizados y la otra proyecta política (incide y dialoga) con millones, mayoritariamente desorganizados.
Los espacios vacíos y el germen de la burocracia.
La naturaleza aborrece el vacío y la política también. Aplicado a nuestro tema, si la pirámide de ejecución política no está bien estructurada o está desvalorizada, alguien ocupa ese lugar. Pongamos algunos ejemplos:
– No tenemos voceros fuertes hacia fuera (en una sociedad donde impera, mal que nos pese, el caudillismo). Resultado: los referentes del FPDS son los compañeros más conocidos.
– No se reúne la multisectorial. Resultado: la delegación del FPDS a Brasil y Venezuela se resuelve por mail entre dos o tres compañeros.
– Vienen compañeros de Córdoba y no hay multisectorial prevista ni área de organización que contemple la vinculación con las regionales del interior. Resultado: van a reunirse con un par de compañeros que se ofrecen.
– No hay conclusiones, ni balances colectivos. Resultado: hay balances y conclusiones individuales, como las que suelo escribir.
Hay muchos más ejemplos al respecto, pero la conclusión es siempre la misma: los espacios que no se cubren desde instancias orgánicas se cubren desde militantes multifuncionales. Y situaciones que en algún momento de nuestra construcción política pudieron responder a una situación de necesidad, comienzan a convertirse en costumbre. Ahora, militantes no nos faltan.
En la última mesa nacional se dio un debate muy interesante sobre el área de organización. La oposición a crear un área de organización o un área que centralizara los esfuerzos dispersos en finanzas, organización y seguridad, se fundamentó en la prevención de no generar instancias que promovieran la burocracia. La verdad es que se cumplen tareas de organización, de finanzas y seguridad, que hay enlaces, pero también esto queda a cargo de militantes multifuncionales. Lo escribí alguna vez: lo que moviliza a que un compañero/a asuma múltiples tareas es la abnegación y el compromiso revolucionario. Pero allí también está el germen del caudillo y después del burócrata. Y esa conducta tiene distintas caras: la de los cumpas que tratan de cubrir los vacíos (porque el costo de tomar una decisión entre un par de compañeros es menor a la de que no se tome ninguna decisión), la de los cumpas que se asumen como custodios de la organicidad (y entonces se atribuyen el rol de controlar al resto), la de cumpas que se asumen como sintetizadores sin mandato (allí me incluyo). Objetivamente, y esto lo discutimos analizando experiencias como las del MTD de Solano y A y L**, los vacíos organizativos generan caudillos, en sus distintas versiones, y en todos los casos la principal víctima es la democracia interna.
Un problema complejo.
La cuestión de construir una organización capaz de generar política democráticamente y proyectarla eficazmente hacia fuera, es un problema complejo.
Alguna vez el sub Marcos dijo que había dos Marcos: uno hacia adentro, que escuchaba y consensuaba, y otro hacia fuera, una referencia muy fuerte que bajaba línea expresando la posición del neo-zapatismo. No sé si Marcos lo ha conseguido realmente, pero el problema está planteado allí.
En países como la Argentina es difícil imaginar procesos que no sean liderados por movimientos y referencias individuales muy fuertes. Tendríamos que modificar previamente la cultura política de nuestro pueblo y es difícil que la historia nos espere. Pero sí debe preocuparnos por fortalecer la democracia interna. Que visiones parcializadas de cuál es nuestra tarea deje espacios libres, que inexorablemente van a ser cubiertos y no de la mejor forma.
Discutir cuál es nuestra tarea política, desentrañar la relación creativa entre el trabajo de base y la tarea de proyección, precisar el modelo organizativo acorde con nuestra concepción, pero también con nuestro desarrollo, son algunos de los debates prioritarios. Y me parecería muy útil que estas cuestiones sean tomadas en cuenta en instancias de formación política. Porque de estas mismas cosas están discutiendo las experiencias más avanzadas en Latinoamérica.
Como bien dice Rubén Dri en un artículo recientemente publicado en Página 12: está claro que los gobiernos latinoamericanos más progresistas son los que se apoyan en los movimientos sociales. No tendríamos que conformarnos con eso. Nuestro desafío es que los movimientos sociales sean el movimiento político que conduzca un proceso transformador.
* Partido Justicialista
** Partido Autodeterminación y Libertad