¿Qué es lo primero que salta a la vista? Que el verdadero centro geográfico de la ciudad coincide con el territorio habitado por el antichavismo. Esta fuerza, además, controla porciones del territorio tanto al oeste (Universidad Católica Andrés Bello) como al noreste geográfico (universidades Santa María y Metropolitana), haciendo frontera con zonas populares. Son las zonas de la ciudad que disponen de los mejores servicios, las mejores viviendas, el comercio más pujante, los mejores espacios de recreación, los más exclusivos lugares de entretenimiento, etc. Casi se podría decir que lo tienen todo. Pero he aquí el detalle: las principales instituciones del Estado, y sobre todo el centro del poder político nacional, están ubicados hacia el oeste, fuera de su área de influencia. Otro detalle, sin duda el más importante: les falta el pueblo.
Desde la perspectiva que nos brinda esta imagen, la enorme porción de territorio ocupado mayoritariamente por el antichavismo es equivalente al resto de Caracas. Los espacios en rojo bordean, amenazantes, al gran centro azul. Pareciera como si las «zonas rojas» crecieran a la sombra del centro azul, o como si éste expulsara hacia sus márgenes al resto de la ciudad. En realidad, ambos procesos se desarrollan simultáneamente.
Cualquier desprevenido pudiera concluir que la elección presidencial de 2006 arrojó un resultado extremadamente ajustado. Sin embargo, esto no fue así: sumados los votos de los cinco municipios, el chavismo alcanzó 872 mil 324 y el antichavismo 710 mil 526. Esto es, 55% contra 45%. Diez puntos de diferencia. De esto se desprende otra conclusión: la densidad poblacional del territorio ocupado por el antichavismo es menor a la del territorio ocupado por el chavismo. El antichavismo tiene espacio para estirar las piernas y algo más. El chavismo vive hacinado.
De acuerdo a la imaginería del antichavista promedio, lo que entendemos desde siempre como el centro de la ciudad es un pedazo de territorio caótico, salvaje, sucio, desordenado y atrasado. Sin duda, desde su perspectiva, no le faltan las razones: en contraste, eso que tenemos como este de Caracas es ordenado, civilizado, limpio y por tanto la expresión genuina del progreso. Sabemos de sobra que una buena parte de los habitantes del este de la ciudad no ha pisado jamás la Plaza Bolívar. Y es muy probable que muchos de los estudiantes opositores hayan experimentado su bautizo de fuego en el centro de Caracas durante alguna de las marchas que han organizado recientemente. Valga la digresión (que no la es tanto): he allí la importancia capital de la participación en estas manifestaciones de los militantes de Bandera Roja, quienes, a diferencia de sus nuevos camaradas, conocen bien el terreno.
El antichavista promedio se asume como habitante legítimo de la ciudad. No en balde, el territorio que ocupa es modelo de convivencia citadina. El este es la metrópolis. A sus márgenes se encuentran los suburbios. Está convencido de que la ciudad debería ser un este que se extiende y ocupa todo el territorio. El problema, claro está, son los pobres: caóticos, salvajes, sucios, desordenados y atrasados. Son los habitantes ilegítimos, los invasores, los ocupantes ilegales. Caracas estaría mejor sin ellos y por tanto deberían marcharse de una ciudad que está «sobrepoblada». El problema no son tanto los cientos de miles de carros que circulan por la ciudad. El problema tampoco es el transporte público, si con éste nombramos a la red de Metrobuses. El problema son las camioneticas y los autobuses. El problema son los motorizados.
Cuando el antichavista promedio se involucra en la política, es joven y tiene el futuro por delante (un futuro promisorio que está siendo amenazado por un «régimen castro-comunista»), se cree con absoluto derecho, no sólo de transitar por el lugar de la ciudad que le plazca, sino sobre todo con la obligación de hacer el sacrificio de llegar al mismo centro si es preciso (y si es el mismo centro del poder político, pues habrá que hacerlo) con tal de defender la libertad, la democracia y los derechos del antichavista promedio que, de más está decirlo, ha sido instruido y adoctrinado en la creencia de que su responsabilidad ciudadana es encarnar los intereses de la totalidad de la sociedad venezolana. Si el «régimen castro-comunista» osa ponerle límites a su deber ciudadano, llámesele a esto: discriminación política.
Porque el problema, claro está, es que el antichavista promedio no encarna los intereses de la totalidad de la sociedad venezolana. No dejemos que pase bajo la mesa un pequeño detalle que les apuntaba más arriba: el antichavismo no resultó victorioso en las elecciones presidenciales. Resultó victorioso el pueblo ubicado en los márgenes de la ciudad de Caracas. Los márgenes son, hoy, mayoría. El antichavista promedio está convencido de que el pueblo sólo ha podido llegar a ser mayoría a expensas del fraude. El antichavista promedio acumula derrota tras derrota, pero nunca pierde realmente. Cuando se sabe perdido, arrebata.
Pero para el antichavista promedio los arrebatos y los arrebatones son cosas que sólo suceden en el centro y el oeste de la ciudad, son cosas de chavistas. Por eso, señoras y señores, cámaras de Globovisión, pueblo todo: cuando el antichavismo marche hacia el centro de Caracas, el pueblo de Caracas no tiene derecho a estar ahí. El antichavista promedio no quiere vérselas con el pueblo que transita y ocupa ese mismo territorio, haya o no marchas opositoras. Cuando el antichavismo marche hacia el centro de Caracas, hacia Miraflores, no querrá sentirse en el «salvaje oeste», sino en un pueblo fantasmal, deshabitado.
A esta lógica responde la estrategia de criminalización que promueve el antichavismo: poco importa si el chavismo es mayoría y si ocupa determinados espacios. Estos espacios deben ser desalojados por la fuerza pública cuando el antichavista esté presto a asumir su pretendido rol histórico de representante de la sociedad venezolana. Por esto, la criminalización encuentra su par en la desaparición de la escena (mediática) del pueblo chavista: cuando la oposición se manifiesta, éste, aunque mayoritario, no existe, y si aparece, si se hace visible es como sujeto criminal. La expresión «afectos al oficialismo», de la que hacen uso todos los medios opositores, contiene una profunda carga valorativa que sólo se expresa nítidamente en el momento en que, como sucedió el pasado 1 de noviembre, alguno de los dirigentes estudiantiles opositores no puede evitar referirse al pueblo chavista como «hordas rojas», «hordas violentas» o «malandros» que serían «pagados» por el «oficialismo».
III.-
En
otra parte he cuestionado la costumbre de nuestros voceros gubernamentales de equiparar toda acción opositora al 11 de Abril: «Sé lo que hicieron el 11 de Abril pasado». No obstante, lo que han hecho los medios opositores, en particular Globovisión, pero también la inmensa mayoría de los medios impresos (que, nunca está de más recordarlo, son de por sí casi todos opositores) de todo el país, a propósito del enfrentamiento entre estudiantes opositores y bolivarianos en la Universidad Central de Venezuela, el miércoles 7 de noviembre, guarda una similitud sorprendente con la empresa de linchamiento moral a que fueron sometidos los mal llamados «pistoleros de Puente Llaguno». De hecho, me atrevería a afirmar que desde entonces no se había sometido a un grupo de bolivarianos, como ahora, a una campaña tan despiadada de criminalización.
Varios cámaras dan fe de que los enfrentamientos iniciaron más o menos de la forma que sigue: al regresar de la marcha que se había dirigido al Tribunal Supremo de Justicia (y que se desarrolló sin incidente alguno), los estudiantes opositores provenientes de distintas universidades, en su mayoría privadas, se toparon con estudiantes bolivarianos que se encontraban pegando propaganda a favor del SÍ a la reforma constitucional. Un paréntesis: la Universidad Central, como la mayoría de las universidades, públicas y privadas, de este país, está bajo control de la derecha. Los bolivarianos son minoría. Todo cuanto ocurrió a continuación se debe, en buena medida, a la desventaja numérica que pesa sobre los estudiantes revolucionarios.
Luego de los primeros enfrentamientos, los estudiantes bolivarianos se refugiaron en las instalaciones de la Escuela de Trabajo Social, quedando atrapados, junto con ellos, un conjunto de estudiantes ajenos al enfrentamiento. En total, alrededor de 150.
A las 4:05 pm, la página web de El Universal reseñaba que «un grupo de sujetos armados ingresó al interior de la Ciudad Universitaria y atacó a los estudiantes que regresaban de la marcha que llevaron a cabo hoy hasta el Tribunal Supremo de Justicia». Según el decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, Jorge Pabón, «estos sujetos habrían ‘esperado’ a los estudiantes cuando regresaban de la marcha y los han ‘golpeado y atropellado‘». Según la secretaria general de la UCV, Cecilia García Arocha: «No se justifican estos hechos. Cuando los estudiantes regresaban comenzaron los conflictos, este grupo violento, armado, que vino a herir a los estudiantes que hacen vida civilizada en nuestra universidad«. Todos los énfasis son de mi entera responsabilidad. En cuanto a la similitud con el discurso que responde a la estrategia de criminalización del chavismo, que respondan periodistas y declarantes.
A las 4:46 pm, la página web de Tal Cual reseñaba: «Luego de que transcurriera en paz la marcha convocada por el movimiento estudiantil hacia el TSJ, se presentaron hechos de violencia en las instalaciones de la Universidad Central de Venezuela cuando grupos de encapuchados, aparentemente identificados con el oficialismo, esperaron a los manifestantes que regresaban a la Ciudad Universitaria y arremetieron contra ellos, con disparos y piedras, dejando un saldo de seis personas heridas de bala, según informó el reportero de Globovisión«. ¿Según informó el reportero de Globovisión? Tremenda fuente.
Más tarde, El Nacional: «Ocho estudiantes heridos dejó un enfrentamiento que se presentó en la Universidad Central de Venezuela (UCV), cuando algunos académicos regresaban de la marcha hasta el Tribunal Supremo de Justicia y fueron emboscados por un grupo violento«.
A partir de las 5 pm, Leopoldo Castillo, conductor del programa Aló ciudadano, que se transmite por Globovisión, se sumó al coro: palabras más, palabras menos, Castillo, juez y parte, sentenciaba que la violencia era consecuencia de la frustración que supuestamente habría causado entre los revolucionarios el hecho de que la marcha de los estudiantes opositores hubiera transcurrido con normalidad.
En resumen: un grupo de académicos o estudiantes universitarios que había marchado en sana paz, y que hacen vida civilizada en la UCV, fueron esperados o emboscados por grupos de sujetos armados, violentos, encapuchados del oficialismo, quienes los golpearon, atacaron y atropellaron. Los periodistas de Globovisión, por su parte, se refirieron en todo momento a una «situación irregular» que tendría como protagonistas a «grupos irregulares». Me pregunto: ¿a quién irá dirigido esto de «grupos irregulares»? ¿Cuál es la institución llamada a actuar contra los «grupos irregulares»?
Los tres diarios mencionados exhibían ese mismo día galerías de imágenes fotográficas que nos mostraban a encapuchados armados pertenecientes al chavismo. Pero el verdadero paroxismo aconteció cuando Globovisión mostró imágenes de los estudiantes siendo rescatados por civiles armados, en clara actitud de defensa, quienes habían ingresado a los predios universitarios en motos. El cuadro estaba completo: la «huestes de Atila», como las llamó un cámara, esos motorizados que tanto terror infunden al antichavista promedio, habían entrado en escena.
La jornada televisiva fue coronada por el periodista que conduce el segmento Titulares de mañana, del programa Buenas noches, que transmite Globovisión desde las 10 pm hasta la medianoche. Un Pedro Luis Flores visiblemente extático celebraba la aparición, una y otra vez, de la misma fotografía en los diarios nacionales y regionales, refiriéndose, una y otra vez, a los valerosos estudiantes opositores «asediados» por los violentos «oficialistas».
Al día siguiente, una foto ocupó las primeras planas de la mayoría de los diarios del país, sin distingo de tendencia política. Fue así tanto en el caso (como es obvio) del decano de la prensa conservadora venezolana, El Universal, como en el caso del diario Panorama:


La fotografía, sin duda alguna, es elocuente. Su mayor virtud consiste en representar el país que todos los días nos muestran los medios opositores: del lado izquierdo (también del espectro político), como irrumpiendo desde las sombras, los oscuros y violentos encapuchados armados, que pretenden imponerle al país una reforma constitucional ilegítima, dictatorial y que atenta contra todas las libertades y derechos de la sociedad venezolana (es lo que quiere decir el afiche pegado en la pared, ubicado en el extremo inferior izquierdo de la imagen). Del lado derecho, los heroicos y blanquecinos jóvenes, cual guardianes de la luz, resistiendo los embates de los violentos, defendiendo la pureza (la blancura de las paredes) de una universidad mancillada y ultrajada (es lo que quiere decir el NO estampado en la franela de uno de los jóvenes). Izquierda y derecha. Luz y sombra. Negros y blancos. Capuchas y armas contra cascos de seguridad y tapabocas. SÍ y NO.
Reinaldo,Bien acertado y mejor sustentado tu análisis.Como dices en la presentación del blog «hay que sacudir las mentes». Hay que inventar una estrategia para desbloquear el desprecio por el conocimiento; esa es una postura muy fuerte en ciertos círculos de poder. Para ellos, el saber, el conocimiento y la experiencia se han hecho sospechosos.Con el tratamiento de la información (incluidas las fotos)demustras que tiene que haber rigurosidad en la construcción de nuestros argumentos. Sino es diletantismo del más vulgar.Salud